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miércoles, 2 de octubre de 2013

Los tres sabios

         escrito por Sotirios Moutsanas
  Relato premiado en Doctor Zarco 2012
     Había una vez tres ermitaños. Estos vivían en una montaña muy extensa y boscosa. Cada uno habitaba en un sitio distinto y se dedicaban a la penitencia, la austeridad, y al estudio de las sagradas escrituras.

            Un día, cuando los tres estaban mirando el riachuelo que descendía de una alta montaña, repentinamente tuvieron el anhelo de hallar dónde se encontraba el manantial de éste. Sin más dilación, partieron en su búsqueda.

            Después de una caminata hasta la cumbre de la montaña y encontrar el principio del riachuelo, por primera vez los tres ermitaños se vieron unos a otros.

            —Alabado sea Dios —exclamó uno.

            —Bendito sea Alá y todos los que creen en él pronunció otro con la misma vehemencia que el primero.

            —Loada sea el Supremo junto con sus innumerables maravillas repartidas por todo el universo —dijo el que quedaba por hablar.

            Los tres se quedaron muy complacidos con sus contestaciones; se sentaron cerca del manantial y empezaron una conversación. Pasaron varias horas hablando de Dios y de sus maravillas, sintiéndose muy felices de haber tenido la suerte de conocerse.

            De súbito, cuando entendieron que cada uno tenía fe en distinta religión, surgió una disputa. Querían conocer cuál de ellas superaba a las demás. Como cada uno creía firmemente en que su religión era la correcta y, por lo tanto, la única verdadera, en cuanto uno de los tres ermitaños propuso una apuesta, los otros la consintieron sin dudar.

            El desafío iba a ser dificultoso, ya que cada contrincante debía hablar durante dos horas sobre por qué su religión era la más acertada y, cuando los tres acabaran sus discursos, quedaría ganador el que hubiera sido más convincente. Pero lo arriesgado era que los perdedores tendrían que aceptar la religión ganadora, renunciando a su vez, por completo, a las suyas. Eran conscientes de que debate era de suma importancia e iba a tener duras consecuencias para los perdedores, pero aun así, nadie, en ningún momento discrepó.

           

           

            Los tres ermitaños eran muy apreciados en el cielo por su sabiduría, sus conocimientos, y el gran amor que sentían por el Supremo, así que todos los seres del mundo espiritual ángeles, santos, mártires, y otros espíritus puros se congregaron para observar el debate. Cuando se inició el desafío, ellos abrieron sus ojos y oídos celestiales, inquietos ante lo que iba a suceder.

            Primero empezó el ermitaño que pertenecía a la religión cristiana, y contó desde el glorioso nacimiento del niño Jesús, los reyes magos, la fuga a Egipto, hasta la majestuosa doctrina del Maestro. Habló de las hermosas parábolas como “El hijo pródigo” o la parábola del sembrador. Prosiguió con la enseñanza y los milagros hasta llegar a la trágica muerte del supremo maestro Jesús, que sirvió para salvar la humanidad del pecado.

            Los ojos de los demás contrincantes estaban llenos de lágrimas cuando finalmente terminó el cristiano, y no ocultaron que se sentían conmovidos por su historia.

            De repente el cielo se abrió de manera que salió tal luz deslumbrante que iluminó todo el lugar. Se escuchó un coro celestial cantando “bendito sea el que viene en nombre del Señor” y, a continuación, empezó a llover pétalos de gardenia. El ambiente se quedó impregnado de una fragancia maravillosa.

            Los tres ermitaños se quedaron estupefactos, en pleno silencio. Poco después se dieron cuenta de que no estaban solos, ya que pudieron apreciar que innumerables seres les contemplaban desde el cielo.

            —Hoy Cristo tiene un nuevo discípulo, da igual el resultado —dijo de repente el mahometano.

            El hindú también habló:

            —No veo la hora de estudiar la sagrada doctrina del maestro Jesucristo.

            Tras esto, como ahora era el turno del mahometano, los otros dos ermitaños le prestaron atención. Este empezó con la primera Sura del sagrado libro del Corán.

            —En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso recitaba. Alabado sea Dios, dueño del día del juicio.

            Prosiguió recitando las zurras de memoria. Tenían por sí mismas una sabiduría extraordinaria. Dicen que el autor del Corán es el propio Dios. Las palabras que profería el sabio mahometano eran tan valiosas como todos los diamantes de la tierra juntos. Las suras cada vez las interpretaba de una manera más comprensible.

            Cuando terminó se abrió otra vez en el cielo la luz cegadora y de repente se escuchó una potente voz:

            Alabado sea Alá y su santo libro, el Corán, padre y madre de todos los libros sagrados.

            Cayeron unos pétalos blancos de rosa y una mística fragancia llenó el lugar.

            Los tres, estremecidos, se miraron sin decir palabra. De súbito habló el cristiano:

            Todo lo que me contaste, hermano mío, es lo que yo creía. Si ganas, no me costará nada adoptar tu fe, porque no hay nada que me guste más que glorificar a Dios.

            El hindú asintió, todavía asombrado, y felicitó al mahometano por su gran discurso.

            Ahora le tocaba al hindú, gran conocedor de las sagradas escrituras, que eran “Las Vedas”, escritas por los santos de la India y recitada a estos por el propio Dios. El hindú era amante del sagrado texto “Bhagavad Gita”, un diálogo de Dos con su discípulo Arjuna, y no cabía esperar que lo recitara con fluidez.

            Como la elocuencia del hindú era superior a la de sus contrincantes, empezó a describir cómo Krishna creó el universo con sólo un átomo de su cuerpo y qué es el principio el medio y el fin de todo.

            Con gran sabiduría, también explicó que Dios vive en el corazón de todos los seres y que todo emana de su ser. Continuó hablando con vehemencia, interpretando los textos hindúes —el Bhagavad Gita y Las Vedas— de manera prodigiosa. Hacía tiempo que el propio dios Krishna le hablaba en visiones porque le tenía mucho afecto.

            Cuando terminó, apareció de nuevo la luz en el cielo y esta vez cayeron pétalos blancos de loto. Finalmente se escuchó una voz estremecedora del cielo:

            —Krishna es el único señor del universo.

            Tras un largo silencio, un hermoso ángel descendió hacia ellos con esplendor.

            —Queridos hermanos —pronunció el ser—, soy Gabriel, he venido a felicitarlos por el amor y la felicidad que proyectáis hacia el Supremo, pero estáis cometiendo un error. En el cielo no existen religiones, todos los que aman a Dios viven en una bienaventuranza y felicidad infinita.

            »Dios se puede llamar de distintas maneras —Jehová, Alá, Krishna—, ¿acaso creéis que es otra persona por tener diferentes nombres? Dios habló a través del supremo señor Jesucristo, así que el que adora a Jesús, adora también al propio Dios.

            »Dios dictó Las Vedas y el sagrado libro Bhagavad Gita a los santos y a su querido discípulo Arguna. Son libros sagrados y perfectos. Así, queridos hermanos, os pido que acabéis con esta absurda disputa. Os mando un mensaje del supremo, él desea que viváis juntos porque le complace mucho vuestras conversaciones.

            »Os saludo y os recuerdo que todo lo bueno, lo justo, glorioso, impoluto y puro sale de Dios, y cualquiera que tenga estas cualidades llega a él habitando con él en las sagradas moradas del cielo.

            »Todo lo malo, feo, impuro, injusto y malvado sale de la ignorancia y de la oscuridad, y esto atrae a las almas perdidas.

            »Así que me despido diciéndoos que sigáis la luz, la verdad, la justicia y el amor por Dios para que seáis conducidos hacia las sagradas moradas del cielo.

            El ángel terminó su discurso y desapareció, saludando antes a los sabios.

            Ellos comprendieron su grave error, y decidieron vivir juntos intercambiando la sabiduría y el conocimiento de las sagradas escrituras.

                                               FIN


5 comentarios:

Towanda dijo...

Hola, Soti.

Pues, ojalá que las cosas hubieran sucedido así como las cuentas y que las personas nos entendiéramos y respetáramos un poco más y mejor.
¿Por qué hay que hacer la guerra tan solo por creer en un Dios distinto? No lo entiendo, la verdad.

¡Buen texto, Soti!

un abrazo muy grande.

Sotirios dijo...

Y lo peor de todo es que en realidad es el mismo Dios simplemente con distintos nombres. Gracias, cielo, por tu visita un besazo fuerte a mi escritora favorita, Sotirios.

Sotirios dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Blanca O. dijo...

Precioso relato Soti.
Qué magnifica forma de ver el encuentro de las 3 religiones.
Un saludo, Blanca O.

Sotirios dijo...

Blanca, he leído todos los sangrados libros de las tres religiones más importantes y te puedo decir que son como ríos que caen por la montaña, pero todos terminan en el mismo océano. Un fuerte abrazo a mi queridísima amiga, muchas gracias por tu visita.