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sábado, 26 de octubre de 2013

El gran tirano

De Sotirios Moutsanas




Sara estaba en su casa. Tenía el corazón en vilo, esperando a su padre transida, llena de pavor. Su padre era un desaprensivo, un tirano, un hombre cruel por donde los haya; cuando volviera con el análisis, de que estaba embarazada, la degradaría, insultaría  y, lo más probable, acabaría con su vida. Ella se había acostado con multitud de hombres, así ni siquiera sabía quién era el padre del niño que estaba esperando. De pronto se escuchó el chirrido del ascensor, sus ojos destellaron de miedo, sus cabellos, negros, rizados, espesos como un bosque tropical, se erizaron. Su cuerpo se estremeció, sus pupilas se dilataron como el búho en la oscuridad, su cara se puso lívida, una ansiedad aguda, se apoderó de todo su ser. Sintió como sus horas terminaban en este mundo. ¡Dios me salve! ¡Este es mi fin! Su padre con paso tranco abrió la puerta. Sus ojos llameantes, infernales: parecía el príncipe del inframundo; tenía las cejas arqueadas .Pausadamente se acercó hacia ella. Cuando sus ojos se miraron con detenimiento, Sara  vio la muerte en persona con su capucha negra y su guadaña, pidiendo su alma. Le flaquearon las rodillas, las lágrimas empezaron a verterse por sus mejillas con la fuerza de la gota fría.
Estaban sólo a un metro el uno del otro. De improviso  él la abrazó efusivamente diciendo con voz meliflua:
— ¿Qué le pasa a mi princesita?
Después le susurró mientras unas lágrimas brotaron de sus ojos:
— ¡Gracias, cariño, por hacerme abuelo!



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