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sábado, 9 de mayo de 2015

El maestro del sexo ( Relato erótico) De Sotirios Moutsanas




—Buenos días, Soy Nellie.
—Pase usted, señorita Nellie, tome asiento en el sofá. Dígame, por favor, con concisión y honestidad qué le pasa.
—Yo estuve casada durante diez años y con mi difunto esposo no había conocido jamás el orgasmo. Y ahora con mi actual pareja me pasa lo mismo.
—Dígame, por favor, cómo practica usted el coito con él.
—Él sólo hace el amor conmigo en la posición del misionero. Se desnuda y eyacula en menos de dos minutos.
La contemplé asombrado, tenía el cabello lustroso, rubio resplandeciente. Sus ojos grandes de color zafiro eran cristalinos, brillantes como luceros. Había algo en ella endiabladamente hermoso que me hechizaba y me atraía como un imán.

––He hecho lo que me había pedido: compré y llevo puesta la lencería negra.
Clavé los ojos en los suyos y le dije con voz melindrosa:
—Usted tiene los ojos más hermosos que he visto jamás en una mujer ––Ella se ruborizó  y esbozó una amplia sonrisa—.Es usted una mujer atractiva;  sin duda, con estos labios carnosos, sensuales, rosados como las fresas, volvería loco a cualquier hombre.
Lanzó una sonrisa de complacencia mostrando unos dientes blanquísimos como el marfil y susurró con un tono de voz muy sensual:
—Gracias, es usted muy amable.
Me acerqué a ella y la besé apasionadamente. Mientras nuestras lenguas se entrelazaban sentía el cálido y suave interior de su boca. Ella empezó a temblar de excitación. Desabroché la hilera de botones de su vestido y admiré sus firmes pechos perfectos, tenía la piel ardiendo y los pezones endurecidos. Empecé a recorrer con los labios el terciopelo de su piel, besando sus senos erguidos, succionando con la lengua los pezones, mientras ella jadeaba de placer; se ponían más rojos y duros por momentos. Cada vez estaba más excitada y le brillaban los ojos de felicidad.

Seguía besándola con ternura  deslizando mi mano entre los pliegues de su sexo; con la palma de la mano empecé a trazar círculos alrededor de la flor excitada. Ella gemía de placer. Entretanto, yo seguía acariciando el clítoris una y  otra vez. De repente, extraje de mi bolsa un vibrador de  última generación y lo deposité en su clítoris poniéndolo a su máxima potencia. Ella se volvió loca de placer. Puso los ojos en blanco según lanzaba gemidos  de gozo hasta que finalmente llegó al clímax.
Me levanté y cogí una botella de champán de la nevera. Le ofrecí una copa acompañada de fresas con nata. En sus facciones  se había dibujado una inmensa alegría y una bonita sonrisa iluminaba su faz. Durante treinta minutos  estuve relatándole mi viaje a la isla Santorini, en Grecia, que atesora los amaneceres y los atardeceres más bonitos del mundo. Ella me miraba como una colegiala enamorada disfrutando de mi conversación. Me arrimé otra vez a sus labios sensuales y le di un caluroso beso lleno de pasión. Mi lengua penetró suavemente en su boca con un beso profundo que le inundó de dicha. Mientras la besaba había introducido mis dos dedos entre sus húmedos pliegues notando el calor de su interior. Bajé por su vulva hinchada lamiendo, succionando, besando su clítoris. Finalmente, hundí la lengua en la apertura de su sexo. Ella estaba a punto de perder la cabeza, a tenor de los jadeos y gemidos que emitía. Sentí su clítoris vibrando  en mi boca y su orgasmo fue largo y resplandeciente: la había dejado sin aliento. Poniendo los ojos en blanco, ella sólo pudo murmurar:
––Eres  increíble… el hombre soñado por cualquier mujer.




Desabroché mi pantalón y salió mi falo duro como el acero. Sus ojos casi salieron de sus cuencas por la sorpresa. Contempló asombrada mi enorme pene y dijo:
––¡Dios Santo! Sería muy generosa si le dijera que mis dos parejas apenas llegarían a la mitad.
Contempló otra vez mi falo con una mirada lasciva. La llevé a la habitación donde tenía la cama repleta de pétalos de rosa. Encendí unas velas aromáticas y puse música amorosa. Sentía cómo a ella le embargaba una intensa excitación. La puse a cuatro patas e introduje la punta de mi pene poco a poco en su vulva. Al principio, muy lento, y según estaba temblando de excitación, más  y más deprisa. Ella gemía gritando:
—Oh, sí… oh, sí… ¡Más rápido! ¡Más fuerte!
Mis años de experiencia me indicaban aquello que ella necesitaba en cada momento, así que fui añadiendo distintas formas de pasión según se producían los acontecimientos. En un momento dado, le azoté  las nalgas con la palma de mi mano; ella se volvió totalmente loca de placer.
—Me gusta, me gusta mucho, dame  más fuerte, por favor.
––Llámame amo si quieres que te dé más fuerte ––le dije con voz pastosa.
—Sí, amo, dame duro.
Saqué de un cajón una fusta y comencé  a flagelarla a la vez que la penetraba fuerte aferrándome a sus nalgas. Después de haber pasado cuarenta minutos infernales de gemidos y jadeos, caímos exhaustos en la cama. Ella había tenido como mínimo tres orgasmos más. Nos bañamos juntos y finalmente ya vestidos descansamos en el salón. Sacó de su cartera mil euros y me los ofreció con semblante muy serio.
—Aquí están sus honorarios, tal y como habíamos  acordado.
—Muchísimas gracias, Nellie —dije con voz queda.
De pronto sus ojos se nublaron y unas lágrimas rodaron de sus mejillas.
—¿Qué te pasa, cariño?—le dije con aire de preocupación.
—Es que  para mí eres el hombre de mi vida. Me da mucha rabia no poder verte más. 
Se hizo un silencio breve, y le dije:
––Mira, Nellie, hace seis meses que estoy cavilando retirarme. Tengo cuarenta y un años, poseo este apartamento, un chalé en la sierra, y soy copropietario de una gasolinera. ¿Crees que podamos formar juntos una familia?
Sus ojos relampaguearon de felicidad. Me abrazó con el cuerpo temblando  de emoción. Fui  hasta el armario, cogí una pequeña cajita, di media vuelta, me arrodillé ante  ella y le dije con voz meliflua:
––Nellie, ¿te gustaría casarte conmigo?
Ella se quedó boquiabierta mirando con ojos resplandecientes  el suntuoso anillo de diamantes.
—Sí, mi amor—me dijo y me abrazó efusivamente.
—Solo hay un problema: ¿qué vas a hacer con tu actual pareja?
—Ahora  mismo le llamo y le mando al diablo.

—Cariño, te voy a llevar  esta noche a las cuevas en la Plaza Mayor a comer pescadito y a escuchar música en vivo para sellar nuestro compromiso. Y luego  sabes la que te espera… —dije enseñándole mi fusta.
Los ojos de Nellie se desbordaron de lágrimas,  acarició la fusta emocionada mientras me abrazaba con cariño. Yo solo añadí:
—Juro que este culito jamás volverá a pasar hambre.
Nuestros labios y lenguas se entrelazaron en un beso interminable.