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lunes, 7 de abril de 2014

Médicos sin fronteras una vida al servicio de los demás



 De Sotirios Moutsanas



 Carim nació en una familia  de médicos. Su abuelo fue un prestigioso médico cirujano en el Cairo. Su padre conoció a su madre haciendo la especialidad de pediatría en el Hospital Clínico San Carlos. Durante sus estudios se enamoraron y se casaron cuando terminaron su formación. Cuando los demás niños de su edad no sabían leer ni escribir él conocía el juramento hipocrático. Hay personas que están tocadas por Dios y Carim sin duda era uno de ellos. Poseía una inteligencia inusual y una memoria prodigiosa. Esto le convirtió en un excelente estudiante y le ayudó a distinguirse de los demás. Sus profesores felicitaban a sus padres por su intelecto y su buen estar en las clases. Terminó sus estudios con sobresaliente y cuando estaba a punto de ejercer de cirujano general vio un reportaje en la televisión sobre Médicos Sin Fronteras. EL reportaje le conmocionó tanto que sin preámbulos se hizo miembro de la asociación MSF.

Era 9 de noviembre de 2001. Carim recibió una llamada de Barcelona donde están ubicadas las oficinas de MSF.

Carim, tú sabes claramente que nuestra organización está al margen de discriminaciones por religión, sexo, raza, política o filosofía. Nosotros nos ocupamos sólo por el bienestar del ser humano, sanar y cuidar a nuestro prójimo es nuestro lema. Carim, tus conocimientos en el idioma árabe son sustanciales para comunicarte, y ser aceptado por la gente de Afganistán. Te necesitamos, hay muchísimas bajas de civiles y nuestro deber es socorrerles. Él no lo pensó dos veces, aceptó gustosamente porque como le enseño el juramento hipocrático: la salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.

Al día siguiente emprendió el viaje hacia Afganistán, y de pronto estaba trabajando duro ayudando a personas maltrechas por la guerra. Al cabo de dos días tuvieron que visitar un pueblo a veinte kilómetros de Kabul, porque había muchos heridos, la mayoría niños. Pero según subían por la escarpada  y agreste montaña con los chips, les atacaron los talibanes matando todos sus acompañantes; sin embargo, mientras iban a dispararle, dijo en árabe:

—Soy médico y árabe.

-Nuestro jefe decidirá tu destino – dijo uno de los talibanes.

Le llevaron a la ciudad de Kabul donde había multitud de talibanes heridos por los bombardeos. Cuando se enteraron que era médico cirujano, no le costó nada convencerles a prestar su ayuda. Pasó dos días ajetreado cooperando con otros médicos afganos operando sin descanso y sin la más mínima queja salvando muchísimas vidas. Pronto llegó a ser muy querido por los familiares de los heridos, y los médicos afganos le apreciaban por su vasto conocimiento en cirugía y por la manera de tratar con amabilidad a los enfermos.

Repentinamente hubo mucho alboroto entre los talibanes afganos. 
 —Tenemos que ir a las cuevas de Tora Bora, en cuestión de horas los americanos entrarán en la ciudad. 
                                                                                                                                               
  —¿Qué haremos con el prisionero?
                               
  —Tenemos que esperar al jefe.


No tardó nada en aparecer su jefe, un hombre alto y robusto con unas cejas pobladas y una nariz aguileña y grande.

Había un silencio estremecedor. Finalmente, el jefe talibán profirió:

-Lo siento, pero he de  matarte—dijo con el ceño fruncido. El rostro de Carim languideció, un miedo atroz invadió todo su ser, tenía la frente cubierta de sudor. Lo único que pudo pensar era rezar a Dios para que se apiadara de su alma; pero no pudo contenerse, y empezó a llorar a lágrima suelta.

El jefe de los talibanes hizo un ademán con la mano para coger su revolver pero entonces para gran sorpresa de Carim vio algo que superaba su imaginación. Había más de veinte revólveres apuntando al jefe de talibanes. Sus compañeros con una expresión grave y tensa dijeron:

-Cómo se te ocurra tocar un pelo de este hombre te mataremos en el acto. Este hombre  es un ángel un enviado de Alá. Gracias a él hay un montón de compatriotas nuestros vivos. Si te dejamos dañar a este hombre  Alá nos castigará con el fuego eterno del infierno.

El jefe de los talibanes parecía sopesar los pros y los contras y finalmente dijo:

-De acuerdo le atamos, en unas horas los americanos lo encontrarán y lo liberarán. Rápido que tenemos que ir a las cuevas.

Al cabo de un tiempo llegaron los aliados y Carim fue liberado. En el campamento de MSF Carim estaba abrazando efusivamente  a otros compañeros médicos y les contaba su aventura.

Era de noche, el cielo estaba estrellado. Tres personas sentadas alrededor de fuego charlaban amigablemente. Estos héroes podrían estar en un lujoso departamento, pero habían preferido una vida dura donde nadie podía saber que les depararía el mañana. Lo único que sentían era una felicidad interior porque para ellos curar a los enfermos era el más grande de los placeres.



viernes, 4 de abril de 2014

Siniestro total



 De Sotirios Moutsanas



El ruido fue estrepitoso. En el amasijo de hierro torné mi rostro y atisbé a los grandes ojos de mi mujer, abiertos como platos, clavados en los míos. Mirándome con una profunda tristeza parecían preguntarme: “¿Qué has hecho?” Su cráneo estaba abierto y se podía discernir el cerebro. Contemplé la parte trasera y vi lo que quedaba de mis hijos era un espectáculo indecible, horripilante, salido de la más siniestra pesadilla.
— ¡No¡ ¡Hijos míos¡ ¡Hijitos míos!—dije con voz ahogada.
Un charco de sangre se formaba en el suelo. Inesperadamente alguien rompió el cristal de la puerta delantera y me sacó del coche. Era un hombre tremendamente alto y ancho como un armario. Parecía Goliat en persona: daba miedo solo de contemplarle.
—Tranquilo, me dijo con serenidad. Pero yo  estaba fuera de mí.  Miré de refilón y avisté un puente, no lo pensé dos veces es que quería terminar con mi miserable existencia lo más rápido posible. Al llegar al puente y al punto de tirarme sentí las manos gigantescas del hombre sujetándome de los  hombros. Yo estaba totalmente histérico y voceaba sin parar: ¡mis hijitos! ¡soy un asesino¡ yo y mi vicio por el alcohol.
— ¡Quiero morir! ¡Hijitos míos! ¡Hijitos míos!
— ¡Papá! ¡Papá!
Abrí los ojos y contemplé a mis hijos.
—Despierta, has tenido una pesadilla. Abracé a mis hijitos radiante de felicidad.
— ¡Cómo les quiero, hijitos míos! ¡Cómo les quiero!
El policía con el médico de la ambulancia hablaban consternados.
—Pobrecito, está diciendo incoherencias, me imagino que piensa que habla con sus hijos, de tanta aflicción se perdió el juicio.
En el camino hacia al hospital sólo se distinguía su voz profiriendo:
— ¡Hijitos míos! ¡Cómo les quiero!