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domingo, 19 de enero de 2014

Quinientos euros bien trabajados

De Sotirios Moutsanas



Fue la mujer de mi vida. Me enamoré con ella en el instante que la vi, eso que llaman amor a primera vista. Tenía el pelo lustroso, sedoso, exuberante, rubio. Sus ojos de color esmeralda radiantes, grandes, cristalinos, te hipnotizaban y te sumergían en un mundo de fantasía y belleza. Su carita tersa, límpida, emanaba frescura como cuando la primavera está en su máximo auge. En la comisura de sus labios suaves de color rosa se reflejaba una doble hilera de dientes perfectos, blanquísimos como el marfil. Pasamos tres años felices de novios y planeábamos nuestra boda soñando vivir juntos con nuestros hijos en una casita en el campo con su espacioso jardín. Pero, queridos amigos, todo lo bueno dura poco, de improviso vino  la desagradable noticia de que ha recibido un master para estudiar en Estados Unidos.
-Cariño solo faltaré nueve meses –dijo con una amplia sonrisa .Asentí con semblante mohíno. Para mí nueve meses sin ella me parecía una eternidad. Los dos primeros meses nos llamábamos cada día, después cada dos, finalmente dos veces a la semana. Cuando pasaron seis meses recibí una llamada donde me explicó con detalles cómo se enamoró con Barack, la buena persona que era y la inmensa felicidad que sentía a su lado.
Pasaron treinta años sin saber nada de ella. Y aquí en este hotel, en esta habitación, después de tantos años, otra vez juntos. Pero, queridos amigos lectores, el tiempo  ha hecho mella en ella. De la mujer que conocía no quedaba ni rastro. Su cabello estaba desmelenado, tenía los ojos hundidos, cansados, pálidos y ojerosos. Los párpados hinchados; la comisura de sus labios gruesos con la cara mofletuda. Los dientes amarillos a causa de la nicotina .Y ahora viene lo peor de todo, amigos, su peso, su descomunal volumen de gordura más de ciento cincuenta kilos. Con su cuerpo adiposo se acostó en el lecho y empezó a desnudarse. Estaba llena de michelines , la grasa hacia presencia por todas partes.
—Salvatore,  por favor, ¿cómo estás igualito?, tienes que decirme el secreto.
“Ojalá que pudiera a decir lo mismo de ti, ¡foca!” pensé.
—Si aún conservas la virilidad de antaño creeré que has hecho un pacto con el diablo.
La puse estilo de perro, le bajé la braga y atónito contemplé el inmenso culo que más bien más que un culo parecía la plaza mayor. Empecé a trabajar igual que un leñador con impetuosidad y empeño. Ella jadeaba como una leona en celo. Durante el transcurso de arduo trabajo le llamaba de todo, foca, vaca, cerda… para que lo entendáis todo el reino animal. En principio creía que se iba a mosquear, pero no sólo no se enfadó pero de opuesto se excitaba más y la ponía más caliente.
“It is a dirty job but someone has to do it” pensaba. Según trabajaba sin pausa y con un afán que parecía que iba a descubrir la cuevas de Altamira. Después de ciento diez minutos exhausto limpiaba las cortinas de sudor por todo mi cuerpo. Perdí más de tres kilos igual que pierde un atleta en un maratón. Tambaleándome con las rodillas flaqueadas hice acopio de fuerzas a llegar al baño para darme una ducha e intentar a recuperarme.  Sin embargo, cuando terminé mis abluciones volví a la habitación. La encontré con las piernas despatarradas. En su rostro se reflejaba satisfacción y alegría.

—Si todos los hombres fueran como tú, sólo habrían mujeres felices.
“Y si todas las mujeres fueran como tú  el mundo estaría lleno de homosexuales, pensé” Inesperadamente abrió su bolso y sacó un billete de quinientos  euros. Yo personalmente como siempre fui un pobre diablo, sólo lo había visto en la televisión.
—Para ti para que compres algo en Navidad espero que eso te hace feliz, Salvatore.
Mis ojos estaban  de pronto risueños y mis mejillas volvieron sonrosadas. Miré mi aparato colgando por la rodilla y le mandé un mensaje telepáticamente. Con ese regalo querido amigo te encontraré algo mucho mejor. Repentinamente tenía la bandera a toda asta. 

sábado, 11 de enero de 2014

ENCUENTRO CON LA MUJER DE MIS SUEÑOS

De Sotirios Moutsanas

Estaba sentado en la barra de la cafetería del Corte Inglés. De súbito vi entrar una mujer oriental que tenía una belleza resplandeciente. Llevaba un escote y una minifalda que se podía contemplar unos amplios senos y unas piernas largas espectaculares. Tenía el pelo largo y negro como azabache que le caía sobre los hombros. En mi vida he visto mujeres de belleza extraordinaria, pero jamás he visto una beldad de semejantes proporciones. Mientras la estaba atisbando no pude contener mis pensamientos. “El que se acuesta con este ángel ha conocido el paraíso. Si pudiera besar a esta diosa conseguiría el clímax de mi existencia.” Pero cuál fue mi sorpresa en cuanto ella se acercó en la barra donde estaba sentado y me esbozó una dulce sonrisa. No perdí el tiempo, la invité a una copa. Ella aceptó gustosamente. Hablamos más de media hora con tono jocoso. Era tailandesa, una persona muy agradable, educada y con buen sentido de humor. Los dos hablábamos a la perfección inglés, francés y español. Así que intercambiábamos constantemente idioma. Durante nuestra conversación miraba estos grandes ojos relampagueantes, verdes como esmeraldas. Estos labios carnosos  de color rosa y su doble hilera de dientes perfectos, Blanquísimos como el marfil. Finalmente, acabamos almorzando en el restaurante y entablando amenas conversaciones, parecía que nos  conociéramos a toda la vida. “Al parecer encontré la mujer de mi vida” pensé. Inesperadamente se me acercó en la oreja y me dijo con voz meliflua.
—Te gustaría hacer el amor conmigo.
En el momento en que escuché  esto quería pellizcarme, creía que me estaba soñando. Estaba tan excitado que creo que la testosterona empezó a chorrear por mi nariz. En el camino hacia el hotel imaginaba mi vida con ella decorando con nuestros hijos el arbolito de Navidad, comiendo todos juntos el pavo y brindando el año nuevo.
En la habitación empecé a besarla, la toqué los grandes pechos firmes y mi mano bajé manoseando a su culito prieto. Finalmente, toqué su parte íntima y me topé con el… ¡¡¡plátano!!! Quería decir el pene. En un pispás mis sueños se esfumaron.
En definitiva, no hubo ni boda, ni familia, ni niños. Sólo hubo sexo, pero que mucho, mucho, sexo.




La traición

De Sotirios Moutsanas

Me llamo Efialtes,  soy un antepasado del que traicionó a los 300 de Leónidas. Aunque durante miles de años todos nos desprecian, nosotros sus ascendientes estamos orgullosos de nuestro abuelo y por eso generación tras generación nos nombramos como él.
En este inhóspito mundo bajo tierra tengo que matar al depredador y los aliens. Esta es mi misión, el ordenador me dio una de 40 billones de posibilidades de sobrevivir. Dejé mis armas en el suelo y esperé. De súbito apareció con sus dos y medio de altura y armado como langosta. Me Arrodillé, y proferí:
—El enemigo de mis enemigos es mi señor y amo.
—Toma.
Cogí una poderosa lanza y le seguí. Matamos a centenares de aliens, cada cien que mataba yo mataba diez, se caían como frutas maduras. Al fin nos topamos con la reina madre. La lucha fue memorable, finalmente cuando clavó su poderoso disco descuartizándola, yo sigilosamente por detrás le clavé la lanza. Un grito horripilante se escuchó. Me llamó “gusano traidor” y expiró. Le corté la cabeza, prueba irrefutable de misión cumplida.
En la nave mi capitán me suplicaba “¿cómo mataste al depredador?” Muy simple, siguiendo la estrategia de mi abuelo. “La traición.”






   

Remordimientos de un héroe

De Sotirios Moutsanas


El navío negro se encalló en la arena. Como un torbellino salté a la playa y mis mirmidones me siguieron con alaridos infernales. Según subía la cuesta mis dos espadas descuartizaban a todo aquel que se encontraba en su camino. Sólo mi mera presencia hacía a mis enemigos estremecerse de miedo. No tenían tiempo ni de pestañear. Uno detrás de otro los aplastaba como insectos. Era un espectáculo espeluznante contemplar cómo centenares de cuerpos yacían masacrados en la playa. Inesperadamente le vi; sus ojos denotaban un terror atroz; sus dientes castañeaban; un olor de orina impregnó el aire. Siempre maté sin vacilar; pero esta vez dudé. Finalmente con un salto descomunal le atravesé con mis dos espadas, una en su garganta y la otra en su corazón. Sus ojitos se apagaron para siempre, apenas tenía quince años. Los barcos griegos llegaban por centenares, sólo se escuchaba una voz al unísono:
                —¡Aquiles…Aquiles!
En la tienda, lleno de pavor, maldecía a los dioses. ¿Por qué tengo que sufrir como ningún hombre en la tierra? ¿Por qué sin existen no me liberan de mi maldición? Cada noche en mi lecho tengo que escuchar a  todos que he matado susurrándome al oído:
—Asesinooooooo… Asesinooooooo


Sortirios y la Duquesa de Labla

De Sotirios Moutsanas

Entré en la majestuosa mansión y esperé a la duquesa de Lalba. Mi insolvencia y la necesidad de encontrar empleo me producían estrés durante la espera. Mi ventaja, mis conocimientos  culinarios y mi experiencia en lo equino; mi desventaja, mí avanzada edad. Apareció la duquesa,  se acercó hacia mí y profirió:
—Don Sotirios, vuestras referencias son inmejorables. Está usted contratado, pero primero tiene que escuchar sus deberes y si está  de acuerdo puede empezar a trabajar.
—Soy todo oídos duquesa.
—A las 6:30 se levantará para preparar el desayuno a mis nietos, después vestirles, y llevarles al colegio. A las 9:30 tiene que limpiar las veinte  habitaciones, los ocho baños, quitar el polvo, y después descansaraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. A las 11:30 tiene que dar a comer a los caballos, lavarlos, barrer el establo, y después descansaraaaaaaaaaaaaaaaa. A las 12:50 tiene que preparar la comida y…
 De pronto aparecieron dos hombres del Samur con una camilla y un hombre en ella que tenía la cara más roja que el fuego.
—¡Este es el que descansaaaaaaaaaaba duquesa!
—Don Sotirios, veo que además de competente es también sagaz.
Lo único que tendría que hacer era aguantar seis meses, comprar mi nicho, y por fin. Descansaaaaaaaaaaaaarrrrr. 

Encuentro de Sotirios con la mujer más bella del mundo

De Sotirios Moutsanas

Estaba en la cafetería de Bellas Artes. Se me acercó una mujer que era la personificación de la beldad.
    — ¡Hola! ¿Eres Sotirios?
– ¡Sí!
—Soy  Mercedes, ¿sabes?, del concurso.
La abracé efusivamente y entablé una amena conversación.
Ella tenía el pelo rubio, sedoso. Sus ojos pardos radiantes, grandes, cristalinos, te deslumbraban y  te sumergían en un mundo de fantasía y belleza. Su carita tersa, límpida, emanaba frescura como cuando la primavera está en su máximo auge. En su comisura de labios de color rosa se reflejaba una doble hilera de dientes perfectos, blanquísimos como el marfil.
—Sabes, Soti, soy una admiradora de tus cuentos personalmente me parecen geniales.
—A mí me gustan también los tuyos.
—Es verdad que puedes diseñar cualquier cuento en cuestión de minutos.
Sin preámbulos cogí papel y lápiz y empecé a escribir.  Cuando casi estaba terminado se lo di a leer. Sus mejillas se sonrosaron. Se quedó aturullada, sabía cualquier cosa que iba a decir se impregnaría en el papel. Finalmente dijo:
— ¿Esto no lo mandarás al concurso?
—Me gustaría no hacerlo, pero no tengo otra solución.
Nos quedamos mirándonos con ojos risueños. Lo único que faltaba era un pianista negro para decirle:
—Tócalo otra vez, Sam.


Un cuentecito navideño

De Sotirios Moutsanas


Bajo el precioso abeto, decorado con adornos navideños, estaba Susanita abriendo sus regalos radiante de felicidad. Los villancicos sonaban por todo el salón llenando la atmósfera con su magia navideña. En el centro había  una suntuosa mesa colmada de todo tipo de comidas y dulces navideños. En el medio de la mesa había un pavo enorme, dorado y listo para degustar.
— ¡Qué dichosa soy! ¡Cómo les quiero! ¡Feliz Navidad! — dijo Susanita abrazando toda la familia.
— ¡Feliz Navidad, princesita!— le contestaron todos al unísono.
El rumor de una rata hizo despertar a la pequeña niña. Entre los cartones hizo una fuerza descomunal para moverse; pero su pequeño lánguido cuerpo estaba entumecido. El frío, la inanición y la alta fiebre hicieron mella en ella. Su pequeño cuerpecito se estremeció, le pesaron los parpados, se le nublaron los ojos azules y el sueño se apoderó de ella.
 —Susanita, vamos—dijo un niño.
— ¿Quién eres tú? —repuso sorprendida.
 —Yo soy la vida eterna, pero tú llámame Jesusito.
—Y, ¿adónde nos vamos, Jesusito?
—Nos iremos en un mundo donde el hambre no existe; y toda la gente es muy feliz; y donde los niños disfrutan la Navidad en un enorme jardín  eternamente.




Sotirios visita a su loquero

De Sotirios Moutsanas

El auditorio estaba atestado de estudiantes. Doctor Clark, una eminencia en la materia del psicoanálisis, paulatinamente pero con paso solemne, se dirigió hacia el sujeto. En un canapé recostado estaba un tal Sotirios, un hombre muy singular, macilento, con los ojos desmesuradamente abiertos. Tenía el semblante lívido y rezumaba miedo por los cuatro costados.
—Dígame sucintamente qué le pasa, por favor.
—Excelencia, estoy a vuestra merced. Mi alma deteriorada vaga por senderos oscuros sin rumbo hacia la perdición. Usted es el único que puede socorrerme. Dígame la verdad, ¿soy bipolar?, ¿tengo esquizofrenia? ¿Terminaré en un manicomio amordazado recibiendo descargas eléctricas como la criatura de Frankenstein? ¿No será que tengo algún síndrome raro como el síndrome de Peter Pan? Dígame la verdad. Ayudad a mi pobre alma apesadumbrada, llena de incertidumbre. Contemplo mi futuro incierto, oscuro, angustioso. Dígame la verdad por muy dolorosa que sea. ¿No seré maníaco depresivo? Ayúdeme, es el único que puede aliviar mi pobre oprimido corazón de las dudas que corroen mi alma.
—Caballeros, nuestro paciente no es bipolar, ni padece esquizofrenia. No padece ningún síndrome, ni tampoco es maníaco depresivo.
— ¿Entonces, doctor no estoy enfermo?
¡Claro que no! Usted no tiene nada, simplemente es usted… ¡¡¡IMBÉCIL!!!