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lunes, 1 de diciembre de 2014

Los tres demonios y el elegido, de Sotirios Moutsanas







Mis tres amigos y yo teníamos dos cosas en común: la literatura y el amor incondicional por el montañismo. Los cuatro teníamos unas ganas enormes de visitar la montaña más alta de España, que está en Tenerife. El Teide, con sus 3.718 metros, representa el punto más elevado de toda España. Acordamos  visitarlo, y sin más demora compramos los billetes de avión y reservamos nuestras habitaciones en un hotel cercano al Parque Nacional del Teide. Al llegar al aeropuerto, alquilamos un coche para varios días y nos dirigimos al hotel. Era un hotel representativo de la isla; sin embargo, lo que más nos impresionó fue su vasto jardín decorado con las características flores de Tenerife.  Como era muy tarde, nos fuimos a la cama porque al día siguiente debíamos levantarnos muy pronto para hacer un tour por la isla y, claro, visitar el Teide.
Al día siguiente, muy temprano, empezamos el tour. Nos encaminamos hacia el Parque Nacional del Teide, pasando primero por unas formaciones rocosas muy similares y emblemáticas de la isla de Tenerife: una formación de origen volcánico conocida por El dedo de Dios.
Al llegar a nuestro destino, cogimos el teleférico hasta la estación superior;  conducía a la Ruta al cráter del Teide. Cuando llegó, sólo tuvimos que caminar unos minutos para subir a la cima.
Era una mañana iluminada por un sol radiante. El cielo claro, libre de nubes, brillaba a causa de los rayos del sol. Desde nuestra posición se podía divisar toda la isla. Era un espectáculo contemplar el volcán –el tercero más grande del mundo– y observar, a su vez, las islas cercanas como la Gomera, el Hierro, la Palma y Gran Canaria.
Nuestras almas se llenaron de dicha y los cuatro al unísono estábamos de acuerdo en que eran las vistas más impresionantes que habíamos contemplado jamás. Al bajar y entrar otra vez en el coche decidimos recorrer toda la isla de punta a punta.
Después de visitar muchísimos lugares y ver cosas increíbles, como el árbol milenario que se llama Dragó –dicen que tiene tres mil años–, paramos en un lugar que se llama  playa de Toriscas en la zona de sur. Pedimos una ensalada típica del  lugar con pescadito frito, servido con una salsa tradicional llamada mojo verde, y nos tomamos un vino rosado popular que se llama Abona. Mis amigos y yo, eufóricos, empezamos a contar varias anécdotas y lo pasamos muy bien mientras reíamos y degustábamos la excelente comida.
Cuando terminamos decidimos  ir a Santa Cruz, donde pasamos varias horas disfrutando con la belleza de la ciudad. Al anochecer volvimos a nuestro hotel. Estábamos de acuerdo los cuatro en darnos una ducha, descansar un rato en nuestros cuartos, y a las veintidós  horas bajar  a tomar unos aperitivos con champán. Al llegar la hora estábamos  en el salón. Nos pareció que era mejor de tomar los aperitivos y el champán en el jardín; era una delicia contemplarlo. Repentinamente, se nos acercó un señor bajito, rechoncho, con el rostro abobado. Tenía la nariz aplastada, la mirada perpleja y asustada con un punto de locura. Unas enormes ojeras negras decoraban sus ojos, parecía que no había dormido en los últimos seis meses.
— ¿Don Salvador?
— ¡Sí, soy yo!
—Encantado, ¿es usted el famoso escritor de relatos de terror?
––Yo mismo.
—Mire usted, mis chicos son unos grandes admiradores de sus relatos, cuando se enteraron de que usted estaba aquí se quedaron muy ilusionados. Si pudiera usted  contarles un relato, les llenaría de dicha.
—Con mucho gusto —contesté.
––Sí pero, a decir verdad, son unos chicos muy especiales, ¿sabe? Yo soy el director de un correccional de menores, pero le aseguro que mis chavales  son muy buena gente.
— ¿Dónde están?
—Están en el jardín.
—Qué coincidencia, porque nosotros íbamos a tomar unos aperitivos y nos dirigíamos hacia allá.
En el jardín estaban doce chicos entre 16 y 17 años, todos con el pelo estilo punk, llevaban  camisetas llenas de imágenes diabólicas y lucían multitud de piercing y tatuajes macabros.
–– ¡Oh! Esto huele muy mal—dijeron mis amigos a la vez.
––Maestro,  cuéntanos un relato que sea la hostia.
––No sé, amigos ––contesté––. Me parece que sois un poco jovencitos para relatos de terror; temo que no os podáis dormir.
Todos empezaron a reír, parecía que era el chiste más gracioso que escucharon en toda su vida.
––Estas de coña, maestro, no hay ni una película de terror que no hayamos visto, ni un libro de zombis que no hayamos leído.
––Bueno ––acepté––, pero primero mi querida amiga, Belén Rodríguez os recitará uno de sus poemas; eso me servirá de inspiración.
Belén estaba un poco reacia, pero –finalmente– asintió. Hizo un breve silencio y empezó a recitar:
Mi casa
Mi casa no está hecha
De paredes y techos,
De puertas y ventanas,
De plantas apresadas
En macetas de barro…
Mi casa es una montaña
De sólido cuerpo y cálido corazón.
Descanso en sus grutas
A la caída de la tarde
Y asomada a sus grietas
Recibo al sol cada mañana.
Mi casa es un bosque verde
Que tiñe de esperanza mis pupilas,
Sembrada de vida
Acompasa sus latidos a los míos,
Erguida y distante
Siente el tórrido calor
Y la helada escarcha.
Mi casa es un lago
Que remansa los avatares.
Su orilla neutraliza
La marejada que la rodea
Y si el desánimo se aposenta
En su lecho,
Provoca oleaje hasta ahogar
al intruso.
Mi casa está viva.”
Al terminar Belén, Fernando, Puri y yo, muy emocionados dijimos:
––Así es, Belén, este planeta es nuestro hogar, hay que preservarlo.
Por desgracia los 12 chavales tenían otra opinión.
—Dejémonos el planeta en paz y vamos a lo nuestro, maestro, un relato de terror.
Mis amigos no escondían su hastío.
—Salvador, vamos de aquí: esto nos da mala espina.
—No amigos, mirad: el cielo está estrellado y la luna llena de color miel está esplendorosa. Eso me inspira, me apuesto lo que queráis a que después del relato estos chicos huirán despavoridos.
—Bah, Salvador, déjate de fanfarronadas. Esos no temen ni al mismísimo demonio.
—Me apuesto los aperitivos y el champán si queréis, amigos.
— ¡Ja! Como tú quieras, si te apetece pagar… Nosotros, encantadísimos.
Me dirigí hacia los chicos.
—Mirad, amigos, os contaré un relato de terror, pero iré improvisando según lo cuento, de tal manera que si me interrumpís perderé la inspiración. Es decir, cortaré la historia y me iré de aquí.
—    Maestro, somos una tumba, no vamos a decir ni pío.

Se hizo un silencio sepulcral  y empecé a contar:
De pequeño escuchaba voces: “tú eres el elegido”. Según pasaban los años podía ver más seres de luz; todos me llamaban el elegido. Yo era una persona normal, más bien enclenque, de mediana estatura, francamente no tenía nada especial. Lo único que me gustaba era rezar a Dios y practicar meditación leyendo las sagradas escrituras.
Un día se me presentó un ángel y me dijo que tenía que aprender de memoria el salmo 91:
––Según recites el salmo en tu mente, te proporcionará una fuerza sobrenatural y podrás hacer cosas inimaginables.
No tardé en memorizarlo. Podía hablar con alguien, comer o desempeñar cualquier otro quehacer y, a la vez, recitarlo mentalmente. Cuando lo recitaba mi vigor se multiplicaba por diez: podía levantar una piedra de 300 kilos con facilidad. Era asombrosa la fuerza que me proporcionaba. Al pasar varios años un día escuché una voz:
––Elegido, ya llegó tu hora. Tienes que presentarte mañana en la Plaza de España, a las 18:00 horas de la tarde, en la puerta principal del edificio España.
—Ese edificio lleva varios años cerrado —dije con voz queda.
—No te preocupes, en la entrada te esperará un mensajero nuestro y te instruirá sobre lo que tienes que hacer.
Las horas siguientes las dediqué a practicar yoga, y rezaba con vehemencia a Dios. Estaba aterrorizado; no obstante, no tenía otra solución que obedecer ciegamente a las órdenes de los seres de luz. Era junio, esto es, el sexto mes del año 2006, y llegué a las seis de la tarde: “Dios me ampare”, pensé.
En la puerta me esperaba un señor bastante mayor. Al verme, me saludó efusivamente y me dijo:
––Primero tienes que ir a la habitación 6, luego a la 66 y por último a la 666 para completar tu misión: suerte, “elegido”.
Me abrió la puerta y entré. Según caminaba recitaba con fervor el salmo 91.
 ––El que habita al amparo del Altísimo y mora a la sombra del todopoderoso, diga a Dios: “Tú eres mi refugio y mi ciudadela, mi Dios en que confío”. Pues él te librará de la red del cazador y de la peste exterminadora; te cubrirá con sus palmas, hallarás seguro bajo sus alas, y su fidelidad te será escudo y adarga…
Al llegar a la habitación 6  me quedé boquiabierto cuando mi pierna derecha dio una patada a la puerta y se rompió como un papel. Al entrar contemplé a una mujer hermosísima. Llevaba un vestido vaporoso que permitía divisar su cuerpo desnudo. Su cabello largo y rizado se extendía como un manto a su alrededor, tenía un color rojo como el fuego.
— ¡Hola! —Me dijo con voz musical––. No sé quién eres, pero con mucho gusto haré el amor contigo.
Y entonces, por primera vez a mi vida, entendí por qué era el elegido. Simplemente mi devoción de orar y mi gran amor por Dios posibilitaban a ese ser puro apoderarse de mi cuerpo y actuar a través de mí. Con pocas palabras: era como un vehículo que lo empleaba el conductor para culminar un propósito.
–– ¡Oh, eres tú gran ramera!––exclamé––. Tenía que imaginarlo, quién pudiera prestar su vientre para que naciera el anticristo: la más grande fulana del universo. Eres Lilith, la madre de todos los demonios.
—Veo que me conoces bien; sin embargo, yo no sé quién eres.
— Cómo no voy a conocerte, ¡oh, tú, la más grande de las abominaciones! Cuando Dios te creó de arcilla, yo existía innumerables millones de años ya.
—Seduzco a todas mis víctimas— dijo con voz melosa, y después bebo su sangre. Pero contigo haré una excepción: te chuparé la sangre ya.
—Unas alas negras aparecieron por detrás de sus hombros, y unos colmillos vampíricos relucían en su malévola sonrisa.
—Sí,  tienes razón, me chuparás la sangre, pero primero toma esto.
Con una velocidad asombrosa así una mesa que pesaba más de 50 kilos y se la arrojé; a duras penas la esquivó, volando por los aires. Pero desapareció de su semblante la sonrisa maliciosa y apareció una mueca de miedo. Sin embargo, el ser de luz que se había apoderado de mi cuerpo ya le había tirado una enorme silla que le impactó en la cabeza. Y de súbito, como un velocista de cien metros, corrió hacia una mesa,  la pisó, y -con la técnica de un saltador de longitud-  se elevó más de seis metros del suelo, la cogió por el cuello en el aire y los dos cayeron en el suelo. Luego se levantó y la pisoteó como un gusano. Ella pedía clemencia; de pronto, una espada azul se materializó en mis manos. Ella, con sus ojos desorbitadamente abiertos, cuando vio la espada azul dijo:
—Eres tú. Ten clemencia de mi San…
No pudo completar la palabra cuando la espada se incrustó en su pecho; y posteriormente le cortó la cabeza.
Yo estaba alucinado. “Este ser ha de ser alguien muy importante”, pensé.
Me dirigí al tercer piso donde estaba la puerta con el número 66. Estaba lleno de confianza y seguía mentalmente recitando el salmo 91.
“No tendrás que temer los espantos nocturnos, ni las saetas que vuelan de día, ni la pestilencia que vaga en las tinieblas ni la mortalidad que devasta en pleno día.
Caerán a su lado mil y a su derecha diez mil; a ti no te tocará…”
Caminé con paso franco hacia la puerta 66 y con un golpe de mis puños la hice dos pedazos. Al entrar en la gran estancia repleta de símbolos  satánicos, observé que en una mesa había un macho cabrío degollado.
—Azazel, tenía que esperarlo, me aflige mucho ver cómo uno de los ángeles más importantes se ha convertido en lo que eres ahora: un ser aborrecible.
— ¿Quién eres tú? Nos has estropeado nuestro plan de crear el anticristo; pero te aseguro que de aquí no saldrás vivo. Yo soy el Dios de los brujos, ¿cómo tienes la osadía de desafiarme? Siento que te conozco mucho, pero no puedo discernir quién eres.
—Muy pronto terminaré contigo y con todas tus perversidades.
Él se enfadó mucho, me contempló con ojos llameantes colmados de ira, y profirió en un idioma desconocido:
––“kan tum sal calam, tum pi lan.”
Unas llamas inmensas se dirigieron hacia mí. Directamente mi protector dijo en griego:
––“Ola o theos filai Ke ola ta caca scorpai.”(Dios protege todo lo bueno y todo lo malo lo dispersa).
Las llamas se disiparon en seguida.
—Veo que conoces la magia blanca. A ver si puedes con esto: “Culem tu sam tuli kim yum.”
Unas culebras enormes aparecieron y se dirigieron hacia mí. Entonces mi protector dijo en latín:
—“Dómine, clamo a te: cito succurre mihi.”(Señor, a ti clamo: socórreme prontamente)
Repentinamente todas las serpientes se evaporaron.
—Veo que sería inútil seguir utilizando mi magia negra, porque tú la contrarrestarás con tu magia blanca… A ver cómo vas a afrontar esto.
De improviso se transformó en un animal con siete cabezas de serpiente y doce alas. La espada azul se materializó enseguida en mis manos y con la celeridad de un rayo mi protector cortó una detrás de otra las cabezas del espeluznante demonio. Yo, rebosante de felicidad, me sentí como un triunfador; como un ser invencible. No cabía duda de que este ser de luz era invulnerable. Lleno de moral seguí hasta la vigesimoquinta planta, donde se ubicaba la habitación 666. ¡Ay, pobre de mí! Si pudiera ver lo que me deparaba el futuro, seguro que se hubiera borrado la sonrisa de mi rostro. Con paso tranco me dirigí por las escaleras recitando el salmo 91.
“Con sus mismos ojos mirarás y verás, el castigo de los impíos. Teniendo a Yahvé por refugio, al altísimo por su asilo, no te llegará la calamidad ni se acercará la plaga a su tienda. Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras…”
Al llegar a la puerta 666 me quedé estupefacto cuando se abrió sola. Miré al fondo y le vi. Difícil de creer que era un demonio, por la simple razón que más bien parecía un ángel. Tenía una altura de dos metros, su pelo rubio resplandeciente como el sol. La piel blanca como de marfil. En mi vida he visto muchos hombres guapos; pero jamás había visto un ser tan perfecto, tan hermoso… Si tuviera que describirle necesitaría diez páginas alabando su beldad y me quedaría corto.
—Pasa, hermano ––me dijo con una voz profunda.
—Hola, Lucifer.
—Hace miles de años que no nos vemos.
— ¡Oh, Lucifer! Tú, como dice tu nombre puesto por Dios, el Portador de Luz, la más bella criatura que ha creado Dios. Eras el guía de todos nosotros, el portador de las leyes de Dios, pero olvidaste lo más esencial, que es “amarás a Dios tú creador más que cualquier otra cosa”. Y tú empezaste a amarte a ti mismo. Tú soberbia y altanería te llevó a la perdición y no sólo eso, también arrastraste contigo un tercio de los ángeles del Cielo.
—Miguel, ¿cómo podía consentir la más grande de las humillaciones, arrodillarme y aceptar a Adán y Eva como mis superiores? Dios les creó de arcilla y nosotros fuimos creados de fuego puro. ¿Cómo hubiera podido aceptar algo que es injusto a toda luz de razón?
—Lucifer, Dios, nuestro padre celestial, es infalible, ¿quiénes somos nosotros para criticar la inmensa misericordia, el infinito conocimiento?
—Miguel, el hombre es débil por naturaleza, este mundo es mío. Yo con mis ochenta ángeles rijo este mundo. Todos quieren ser ricos como ellos. Al hombre sólo le interesa la riqueza y el placer, no veas cómo todos están enganchados a una minúscula pantalla. Nadie se interesa por las leyes de Dios, cada día tengo más adeptos, muy pronto otro ángel mío descubrirá otro invento; y entonces todos serán esclavos de sus vicios olvidando totalmente los preceptos de Dios. Únete conmigo, hermano, nosotros dos juntos gobernaremos el mundo.
— ¡Oh, Lucifer! Tanto que te he amado, qué triste está mi alma contemplando tu decadencia. Te lo suplico, arrepiéntete, pide perdón a nuestro padre celestial y estoy seguro que si lo dices con toda la fuerza de tu alma  y lo crees de corazón, Él te perdonará.
— ¡Jamás! Mientras que exista el hombre lucharé con todas  mis fuerzas para destruirlo, esclavizarlo y alejarlo de Dios.
Hubo un corto silencio. Los dos clavamos nuestros ojos, el uno al otro. Entonces Lucifer profirió:
—En la batalla en el cielo ganaste, hermano; no obstante  aquí estaremos sólo  tú y yo. Con tu cuerpo celestial lo más probable me ganarías, sin embargo, con este cuerpo enclenque sabes de sobra que tus posibilidades son remotas.
Dos espadas se materializaron en sus manos, la de Lucifer de color rojo y la de san Miguel una espada de color azul, mientras yo no paraba de recitar el sagrado salmo 91:
“Pisarás sobre áspides y víboras y hollarás el leoncillo y el dragón. Porque se adhirió a mí y te liberaré; yo le defenderé, porque conoce mi nombre.”
Un estruendo inimaginable de fulgor según las dos espadas se chocaban se produjo. Los dos contrincantes, sin dar un respiro, luchaban con una velocidad y furor inconcebible para la mente humana. Finalmente, después de cuarenta minutos se pararon y se miraron como dos bestias  salvajes, y Lucifer dijo:
—Miguel, siento la energía que emana dentro del cuerpo de este hombre; pero su cuerpo imperfecto es limitado, muy pronto sucumbirá, a decir verdad, tiene sus horas contadas.
San Miguel no dijo nada. Solo atacó como un león con mucha fuerza y rabia; sin embargo, por desgracia yo sentía ya que mis músculos pesados no estaban respondiendo como antes y en este instante la espada del demonio se incrustó en mi pecho. Sentí la energía saliendo de mi cuerpo, la sangre empezó a brotar de mi pecho, mis ojos se nublaron, apreté la herida con mis manos para que me permitiera vivir un poco más y rezar a mi Señor antes de abandonar este mundo. Lucifer me miró y me dijo con voz melindrosa y compasiva:
—Salvador, te quedan cuatro minutos de vida. Yo puedo restablecer la lesión y dejarte como nuevo. Lo único que te pido es llamarme mi señor y amo. Yo te aprecio mucho; como ya has escuchado, este mundo es mío. Te daré lo que quieras, si tú lo deseas te puedo hacer el más rico del mundo. Sé que te gusta escribir relatos, venérame y te convertiré en el más grande relatista del mundo. Sólo llámame mi señor y  mi amo, y dejaré al mundo a tus pies.

—Aquí tenéis el champán y los aperitivos —dijo el mozo con la bandeja llena de ellos.
— ¡Oh, qué pena!, nos cortaste en la mejor parte —dijeron los chicos decepcionados.
—Tranquilos, chicos, hacemos un descanso de veinte minutos y seguiré con el relato.
Mis amigos, muy intrigados, empezaron a especular sobre el final de la historia. Sin embargo, estaban desconcertados porque parecía que en el relato mi vida estaba acabada. Los chicos murmuraban entre ellos: “Seguro hizo un pacto con Lucifer y por eso es tan bueno inventando cuentos de terror”.
Mientras tomábamos el champán, Fernando muy eufórico decía:
—La verdad lo estoy pasando de maravilla escuchando tu relato, Salvador. Es muy bueno y me muero de curiosidad por saber cómo lo terminas. ¡Encima, champán y aperitivos gratis!
— ¿Qué quieres decir, Fernando?
—No me digas, Salvador, que estos pequeños diablillos van a salir despavoridos; eso no se lo cree ni su propia madre.
Mis dos amigas Puri y Belen asintieron sonriendo.
—Bueno, entonces pedimos más champán con aperitivos.
—Oh, muchas gracias, Salvador, beberemos y comeremos gratis. A tu salud claro.
––Pero, qué cosa  más rara…— dijo Fernando—. Hace nada el cielo estaba claro y las estrellas refulgían. De súbito el cielo se ha llenado de nubarrones negros.
—Sí, es verdad —dije––. Desde luego, es inusual.
Pedí más champán con otra bandeja de aperitivos y me dirigí hacia mis nuevos amigos, que me esperaban como agua de mayo. Sus ojos se clavaron en mí. Les miré con aplomo y continué con el relato:

Yo rezaba con fervor a Dios sin prestar ni la más mínima atención a sus palabras. “Jesucristo, mi amado Señor, bendito sea tu nombre, cómo te quiero mi Señor. Si pudiera nacer mil veces en esta vida; mil veces me ofrecería mi vida por amor a ti. Eres digno de amarte y glorificarte siempre en todo momento, mi Señor, mi creador, mi amado ser. ¡Oh, Señor del mundo perdóname si te he fallado!”
Inesperadamente, una luz fuerte como cien soles se presentó y apareció la figura del Señor del Universo vestido de blanco.
— ¡No! Me prometiste que no ibas a interferir entre la lucha de ángeles y demonios—dijo Lucifer.
—Sí, no obstante, también está escrito, que puedes tocar lo que quieras, pero no a mis siervos— respondió el Señor.
Atisbé mi herida y no existía nada. Contemplé a Lucifer y vi a un ser horrendo  con cuernos negros y una cola puntiaguda.
— ¡No señor, no me des este cuerpo! Lo odio, no puedo soportarlo— dijo Lucifer con voz angustiosa.
Un portal se formó en el aire donde se pudiera ver el infierno y los demonios intentando salir del agujero.
—Por favor, no me mandes al infierno, señor; odio el olor a azufre.
Sin embargo, no tuve ni tiempo de acabar la frase cuando fue succionado por  el agujero.
El Señor me contempló con sus ojos rebosantes de amor y yo sentí que me fundía bajo la luz cálida de su mirada.
—Vete en paz e intenta tener el alma siempre pura,  te aseguro que el más grande de los tesoros es preservar el alma impoluta. El que se mantiene firme a mis mandamientos  salvará su alma y no olvides que la vida de una persona en la Tierra es como un pestañeo en comparación con la vida eterna. Al final el Hijo del Hombre vencerá y el Mal desaparecerá para siempre. Las buenas personas irán a las moradas celestiales. Las personas que me quieran y cumplan mis mandamientos irán conmigo a un mundo de felicidad. Quiero aclararte algo: Dios es amor, todas las criaturas son sus hijos y no desea el mal para nadie, sólo desea la salvación de todos los seres. Las malas acciones o pensamientos son las que condenan las personas a los mundos inferiores. Son ellos mismos que se condenan y se hunden  en la oscuridad.

–– ¡Muy bueno! ––Dijeron todos los chicos al unísono––. En verdad, eres el mejor cuentista del mundo. No obstante, de darnos miedo, ni lo sueñes.
Repentinamente mis pelos se erizaron, mis ojos llameantes desorbitadamente abiertos parecían que iban a salir de sus cuencas. Mi nariz empezó a sangrar, unos relámpagos  iluminaron la noche. Mis manos subieron hacia el cielo y de mi boca se escuchó una voz cavernosa propia de una voz que venía de ultratumba.
—Sois doce vivos, uno de vosotros morirá; y muy pronto seréis once.
Tres rayos cayeron al lado de los chicos. Ellos se levantaron y como alma que  lleva el diablo empezaron a correr hacia sus habitaciones  con alaridos de terror. Contemplé que mis amigos estaban alucinados.
—Tranquilos, amigos, es todo una ilusión óptica. ¡Oh, qué bien! Ya viene el champán con los aperitivos; por cierto muchas gracias por invitarme.
—Coño, Salvador, eres la leche— dijo Fernando.

––Sí, sin embargo, no soy infalible. Me he equivocado, quería dar un susto a estos pequeños diablillos y creía que no iban a dormir esta noche; sin embargo, está clarísimo que no dormirán bien por lo menos durante los próximos tres años.


Relato ofrecido a mi mejor amigo Fernando da Casa de Cantos.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Eternamente juntos, de Sotirios Moutsanas









Hola, amigos. Mi relato “Eternamente juntos” ha sido seleccionado en el concurso “AMORES” .También se ha publicado en un libro que se llama: Antología de relato breve “AMORES” Les pongo mi micro. Un fuerte abrazo, Sotirios.


Se  conocieron en una fiesta de fin de curso. Clara, era rubia con los ojos azules, llevaba una camisa blanca con una chaqueta azul marino. José Antonio, se enamoró de ella al instante lo que se dice amor a primera vista; pero por suerte para él también ella sintió lo mismo. Se casaron en seguida y formaron una familia con dos preciosos hijos; y aunque hubieron tenido muchas dificultades por los avatares de la vida, jamás perdieron el respeto y el amor que se tenían uno al otro.
Un infarto de corazón terminó con la vida de Clara y llenó a José Antonio de amargura y desesperación. Él se repuso, luchó a muerte para sacar adelante sus dos hijos. Todos le decían que tenía que rehacer  su vida; pero resultó en vano. Pasaron muchos años, él envejeció y cuando llegó su hora, su última palabra fue “Clara”.
La luz se disipó y aquí en un jardín de todo tipo de flores de color estaba ella esbozándole una sonrisa. Era muy joven con su pelo rubio y sus hermosos ojos azules. Estaba con los brazos abiertos. Vestía “una camisa blanca” y “una chaqueta azul marino.”  

viernes, 31 de octubre de 2014

Remordimientos de un pecador, de Sotirios Moutsanas

















 Sotirios Moutsanas termina primero con 1.46,68 los 800 metros entre cinco naciones Alemania , Hungría , Bulgaria , Chipre y Grecia





En la vida todos cometemos equivocaciones. Hay unas leves y otras muy graves, sin embargo, algunas de ellas nos marcan de verdad para toda la vida. Este es mi caso, dándole y dándole  vueltas a mi cabeza, todavía no concibo cómo pude hacer semejante bajeza.

Hay momentos que me pregunto si los seres humanos somos siempre los mismos, o a lo mejor con el tiempo nos transformarnos y nos convertimos en unas personas distintas. Yo tengo cincuenta y siete años. Cuando cometí este repugnante acto, tenía veintidós. Quisiera preguntarles, mis queridos lectores, ¿creéis que uno cuando tiene cuarenta y siete años es el mismo que cuando tenía veintisiete? Personalmente, creo que no. ¡Qué tengo que ver yo un hombre culto, amante de las letras y de los buenos modales con aquel hombre arrogante, narcisista y adorador de libertinaje! ¡Aquel que era yo a los veintidós!

No, por Dios.                               

Les aseguro que ni me asemejo a ese sujeto.

Ahora, amigos, voy a llevar a la práctica algo insólito, extraordinario, algo que nunca se ha hecho ningún ser humano en toda la historia de la humanidad. Con mi vasto conocimiento en hipnotismo, volveré a ese hombre al tiempo actual para que nos explique por qué hizo aquel viril hecho años atrás.

Pero  ojo: es un encantador de serpientes; un adulador que te convence con facilidad que algo es blanco… ¡cuando en realidad es negro! Les suplico que, si no lo creéis, preservéis la virtud para que no terminéis como yo, corroído por los resentimientos. Pronunciaré sólo unas palabras para que se aparezca, leerá el texto y sólo tendrá que explicarnos porque hizo lo que hizo:

—Despierta demonio.

¡Vaya, vaya! Difícil de creer cómo se puede convertir una persona cuando sea mayor. Y  encima me nombras demonio, ¿acaso te has olvidado de que eres tú mismo? A decir verdad, sí que me arrepiento por no vivir más intensamente la vida, sin embargo, no me culpo, ¿cómo pudiera imaginar el imbécil en el que me convertiría de viejo?

En fin, te recomiendo estimado yo de mayor, que hagas lo mismo que hacían los espartanos a las personas con problemas. Súbete en el despeñamiento de monte Taigeto y tírate; te aseguro que el mundo se libraría de un decrepito viejo como tú, y sería un alivio para la humanidad. No obstante, no tengo mucho tiempo, amigos, y tengo que exponer por qué hice esto que acongoja, tortura y deja sin conciliar el sueño a mi futuro yo.

De muy joven me ha dado cuenta que tenía una promiscuidad  fuera de común. Al principio me sentía mal, pero gradualmente me percaté que era algo natural; y, ¿por qué tenía que bregar contra mi naturaleza?

Así que asumí lo que era y no sólo eso; además, hice una íntima relación con mi pene que no lo consideraba como un miembro de mi cuerpo; más bien un íntimo amigo.

 Al percibir la beca de atletismo en Estados Unidos  hallé una barbaridad de mujeres guapísimas. En esta época era un célebre atleta, salía en los periódicos y era la admiración de todos; más bien quería decir de todas. Por lo tanto iba de flor en flor como una abeja recogiendo néctar. Sin embargo, por desgracia todo lo bueno termina pronto, en cuanto las mujeres se habían dado  cuenta  charlando unas con las otras me eludían como el diablo la mira; y como era natural evitaban de acostar conmigo.

¡Ay, amigos, pasé un infierno! ¡Lo podréis imaginar  un chaval promiscuo, sin acostarse dos meses! Dios los ampare para que no llegue  ninguno de vosotros en una situación tan desagradable.

Un día caminaba como un león hambriento, buscando su presa, y al entrar en la cafetería de la universidad mis ojos se clavaron en ella. Estaba como siempre guapísima, con su pelo rubio cayéndole sobre los hombros y sus ojos azules relucían una profunda melancolía, luego a mirarme, las lágrimas empezaron a brotar de sus mejillas. Empecé a consolarla. Ella había roto su relación con Dimi, íntimo amigo mío, y después de soportar un lloriqueo soporífero durante una hora la invité en mi apartamento para seguir escuchándola. Al entrar en mi habitación con ella no perdí ni un minuto primero empecé a besarla, luego a tocarla  y, cuando estaba a punto como un cochinillo segoviano preparado  para degustar, escuché al timbre; alguien estaba llamando.

Con la puerta entreabierta le vi. Tenía la mirada lánguida, respiraba con dificultad y le temblaba todo el cuerpo. Clavó sus ojos enrojecidos en los míos y dijo:

—Soti, yo siempre te he admirado como atleta y como persona y tú ¡me lo pagas acostándose con mi novia! Si las personas nos faltamos el respeto y los buenos modales se acabaría este mundo. Sin moralidad el caos se apoderaría de la creación y el ser humano se igualaría con los animales. Por favor, recapacite, no dejes que nuestra amistad desaparezca.

Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Dimi. Tenía que tomar una decisión en cuestión de segundos. Atisbé al fondo donde estaba ella esperándome en la cama con las piernas despatarradas. Miré de refilón mi enorme pene estaba como siempre más tieso que un palo de escoba. Este parecía decirme: “Por favor no me hagas eso.”

Cerré la puerta al rostro de Dimi. Luego, miré a mi hermoso querubín y le dije telepáticamente:

—Amigo, te espera una noche infernal, hay que aprovechar quien sabe que nos depara la mañana: igual estaremos todos muertos.

Y me dirigí a dar su perecido a esta licenciosa, orgulloso por no traicionar mi único y verdadero amigo.