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viernes, 21 de agosto de 2015

Soy un asesino, merezco la muerte, de Sotirios Moutsanas



Hola , amigos . Mi relato" Soy un asesino, merezco la muerte" ha sido seleccionado en el concurso Antología afectados por la crisis . También se ha publicado en el libro que les pongo arriba. Un fuerte abrazo, Sotirios.




Al embargarme el piso, en seguida vino mi divorcio. La maldita crisis hizo mella en mí: literalmente me había destrozado  la vida. Juré  vengarme de la sociedad; y me convertí en un asesino despiadado y un ladrón sin escrúpulos. Más sufrimiento que producía en los demás, más dichoso me sentía. Hasta aquel fatídico día cuando entré a robar en este detestable chalé. Ella estaba dormida plácidamente en su lecho, apenas tenía veinte años; la misma edad que tendría mi hija, que no la veía desde hace por lo menos diez años. Por desgracia, se despertó: tenía que matarla. Empecé a estrangularla, sus ojos desorbitadamente abiertos como platos se clavaron en los míos. Lo desconcertante era que, según la asfixiaba, yo sentía lo mismo que ella: no podía respirar. Por un momento sentí como me asfixiaba a mí mismo. Finalmente, se puso los ojos en blanco y dejó su último aliento.

Al volver, mis ojos se fijaron en la cómoda. Me arrimé y vi la foto de mi hija cuando tenía diez años. Mis aullidos de dolor rasgaron en dos el silencio de la noche. De mi boca sólo salían las mismas palabras: “Soy un asesino, merezco la muerte.” 


domingo, 21 de junio de 2015

Maldito cañón , maldito seas por toda la eternidad , de Sotirios Moutsanas



El gran cañón de nueve metros de longitud presentaba un aspecto monstruoso. Durante un mes bombardeaba las hasta entonces impenetrables murallas de Constantinopla, destrozándolas y formando una enorme brecha. Giovanni, con sus soldados bizantinos, resguardaba la gran ciudad voceando:
—Por el nombre de Cristo defenderemos con nuestra propia sangre  la cuna del cristianismo.
En el cielo los ángeles, mártires, santos… contemplaban consternados con sus ojos espirituales la espeluznante batalla. La tristeza se había apoderado de todos y afligidos lloraban. San Constantino y santa Elena se acercaron al trono del Señor y se arrodillaron suplicando clemencia para Constantinopla.
—Los imperios son como las personas, nacen, crecen, envejecen y mueren. Esta es la ley de mi padre y hay que acatarla—dijo Cristo con aire compungido.
Los turcos atacaron con todas sus tropas, los cristianos se defendieron como pudieron, pero al final sucumbieron. Mientras ellos asediaban la ciudad, en el cielo con el corazón desbocado la desolación se apoderó de todos los seres de luz. Dos lágrimas hirvientes se deslizaron por las mejillas del señor. Al unísono en el cielo lamentando susurraban:
¡¡¡ Ha caído la gran ciudad, la gran ciudad ha caído!!!

¡Maldito cañón, maldito seas por toda la eternidad! 

sábado, 9 de mayo de 2015

El maestro del sexo ( Relato erótico) De Sotirios Moutsanas




—Buenos días, Soy Nellie.
—Pase usted, señorita Nellie, tome asiento en el sofá. Dígame, por favor, con concisión y honestidad qué le pasa.
—Yo estuve casada durante diez años y con mi difunto esposo no había conocido jamás el orgasmo. Y ahora con mi actual pareja me pasa lo mismo.
—Dígame, por favor, cómo practica usted el coito con él.
—Él sólo hace el amor conmigo en la posición del misionero. Se desnuda y eyacula en menos de dos minutos.
La contemplé asombrado, tenía el cabello lustroso, rubio resplandeciente. Sus ojos grandes de color zafiro eran cristalinos, brillantes como luceros. Había algo en ella endiabladamente hermoso que me hechizaba y me atraía como un imán.

––He hecho lo que me había pedido: compré y llevo puesta la lencería negra.
Clavé los ojos en los suyos y le dije con voz melindrosa:
—Usted tiene los ojos más hermosos que he visto jamás en una mujer ––Ella se ruborizó  y esbozó una amplia sonrisa—.Es usted una mujer atractiva;  sin duda, con estos labios carnosos, sensuales, rosados como las fresas, volvería loco a cualquier hombre.
Lanzó una sonrisa de complacencia mostrando unos dientes blanquísimos como el marfil y susurró con un tono de voz muy sensual:
—Gracias, es usted muy amable.
Me acerqué a ella y la besé apasionadamente. Mientras nuestras lenguas se entrelazaban sentía el cálido y suave interior de su boca. Ella empezó a temblar de excitación. Desabroché la hilera de botones de su vestido y admiré sus firmes pechos perfectos, tenía la piel ardiendo y los pezones endurecidos. Empecé a recorrer con los labios el terciopelo de su piel, besando sus senos erguidos, succionando con la lengua los pezones, mientras ella jadeaba de placer; se ponían más rojos y duros por momentos. Cada vez estaba más excitada y le brillaban los ojos de felicidad.

Seguía besándola con ternura  deslizando mi mano entre los pliegues de su sexo; con la palma de la mano empecé a trazar círculos alrededor de la flor excitada. Ella gemía de placer. Entretanto, yo seguía acariciando el clítoris una y  otra vez. De repente, extraje de mi bolsa un vibrador de  última generación y lo deposité en su clítoris poniéndolo a su máxima potencia. Ella se volvió loca de placer. Puso los ojos en blanco según lanzaba gemidos  de gozo hasta que finalmente llegó al clímax.
Me levanté y cogí una botella de champán de la nevera. Le ofrecí una copa acompañada de fresas con nata. En sus facciones  se había dibujado una inmensa alegría y una bonita sonrisa iluminaba su faz. Durante treinta minutos  estuve relatándole mi viaje a la isla Santorini, en Grecia, que atesora los amaneceres y los atardeceres más bonitos del mundo. Ella me miraba como una colegiala enamorada disfrutando de mi conversación. Me arrimé otra vez a sus labios sensuales y le di un caluroso beso lleno de pasión. Mi lengua penetró suavemente en su boca con un beso profundo que le inundó de dicha. Mientras la besaba había introducido mis dos dedos entre sus húmedos pliegues notando el calor de su interior. Bajé por su vulva hinchada lamiendo, succionando, besando su clítoris. Finalmente, hundí la lengua en la apertura de su sexo. Ella estaba a punto de perder la cabeza, a tenor de los jadeos y gemidos que emitía. Sentí su clítoris vibrando  en mi boca y su orgasmo fue largo y resplandeciente: la había dejado sin aliento. Poniendo los ojos en blanco, ella sólo pudo murmurar:
––Eres  increíble… el hombre soñado por cualquier mujer.




Desabroché mi pantalón y salió mi falo duro como el acero. Sus ojos casi salieron de sus cuencas por la sorpresa. Contempló asombrada mi enorme pene y dijo:
––¡Dios Santo! Sería muy generosa si le dijera que mis dos parejas apenas llegarían a la mitad.
Contempló otra vez mi falo con una mirada lasciva. La llevé a la habitación donde tenía la cama repleta de pétalos de rosa. Encendí unas velas aromáticas y puse música amorosa. Sentía cómo a ella le embargaba una intensa excitación. La puse a cuatro patas e introduje la punta de mi pene poco a poco en su vulva. Al principio, muy lento, y según estaba temblando de excitación, más  y más deprisa. Ella gemía gritando:
—Oh, sí… oh, sí… ¡Más rápido! ¡Más fuerte!
Mis años de experiencia me indicaban aquello que ella necesitaba en cada momento, así que fui añadiendo distintas formas de pasión según se producían los acontecimientos. En un momento dado, le azoté  las nalgas con la palma de mi mano; ella se volvió totalmente loca de placer.
—Me gusta, me gusta mucho, dame  más fuerte, por favor.
––Llámame amo si quieres que te dé más fuerte ––le dije con voz pastosa.
—Sí, amo, dame duro.
Saqué de un cajón una fusta y comencé  a flagelarla a la vez que la penetraba fuerte aferrándome a sus nalgas. Después de haber pasado cuarenta minutos infernales de gemidos y jadeos, caímos exhaustos en la cama. Ella había tenido como mínimo tres orgasmos más. Nos bañamos juntos y finalmente ya vestidos descansamos en el salón. Sacó de su cartera mil euros y me los ofreció con semblante muy serio.
—Aquí están sus honorarios, tal y como habíamos  acordado.
—Muchísimas gracias, Nellie —dije con voz queda.
De pronto sus ojos se nublaron y unas lágrimas rodaron de sus mejillas.
—¿Qué te pasa, cariño?—le dije con aire de preocupación.
—Es que  para mí eres el hombre de mi vida. Me da mucha rabia no poder verte más. 
Se hizo un silencio breve, y le dije:
––Mira, Nellie, hace seis meses que estoy cavilando retirarme. Tengo cuarenta y un años, poseo este apartamento, un chalé en la sierra, y soy copropietario de una gasolinera. ¿Crees que podamos formar juntos una familia?
Sus ojos relampaguearon de felicidad. Me abrazó con el cuerpo temblando  de emoción. Fui  hasta el armario, cogí una pequeña cajita, di media vuelta, me arrodillé ante  ella y le dije con voz meliflua:
––Nellie, ¿te gustaría casarte conmigo?
Ella se quedó boquiabierta mirando con ojos resplandecientes  el suntuoso anillo de diamantes.
—Sí, mi amor—me dijo y me abrazó efusivamente.
—Solo hay un problema: ¿qué vas a hacer con tu actual pareja?
—Ahora  mismo le llamo y le mando al diablo.

—Cariño, te voy a llevar  esta noche a las cuevas en la Plaza Mayor a comer pescadito y a escuchar música en vivo para sellar nuestro compromiso. Y luego  sabes la que te espera… —dije enseñándole mi fusta.
Los ojos de Nellie se desbordaron de lágrimas,  acarició la fusta emocionada mientras me abrazaba con cariño. Yo solo añadí:
—Juro que este culito jamás volverá a pasar hambre.
Nuestros labios y lenguas se entrelazaron en un beso interminable.

sábado, 11 de abril de 2015

Bill Kill III , de Sotirios Moutsanas







Mi nombre es Bill Esteban Ortega y en unas pocas horas seré electrocutado. El periódico más célebre y con mayor tirada, El nuevo herald … me había pedido  relatar mis memorias; y mañana más de medio millón de personas leerán cómo cometí este espeluznante crimen que conmocionó a todo el estado de Florida.
 Lo lamento, pero amigos, no va a ser como algunos creen, porque al igual que  no todo lo que brilla es oro, tampoco  todo lo que aparenta malo lo es a ciencia cierta. Al juzgarme me nombraron de todo, monstruo, abominación humana, hijo de… y un montón de  apodos innombrables. Estoy completamente convencido que cuando leáis mi relato cambiaréis de opinión, a decir verdad, no tengo ni la más mínima duda que habrá gente llorando arrepentida después de tan infames insultos que se profirieron contra mi persona.  Empiezo sin preámbulos a narrar mi historia, porque como había referido anteriormente tengo las horas contadas.
De joven era jovial, respetuoso y gentil. Lo que más me gustaba era estudiar en profundidad la sangrada biblia y meditar sobre las palabras de nuestro señor Jesucristo; y claro practicarlas en mi vida diaria. Al cumplir veinticinco años conocí a mi esposa. Ella era una joven encantadora, sosegada y llena de sueños e ilusiones. Al principio me pareció una mujer singular y no tardé de pedirla matrimonio. Ella aceptó gustosamente. De nuestra unión nacieron dos preciosas niñas, todo iba viento en popa, éramos una familia feliz.
Al pasar cinco años de ventura, repentinamente mi situación había dado un giro de 180 grados. Pasó lo peor, lo más macabro, y francamente deseo de todo corazón  que ninguna persona  tenga que pasar  mi horrible experiencia.  De ser un hombre afortunado me había convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en un hombre desdichado.
La gente cree en los demonios, pero yo estoy convencido que no existen: lo que existe  de verdad es el vicio, el alcohol, las drogas, que son el verdadero demonio que arrastra a la gente a la perdición y a la falta de razón.
Al principio ella empezó a beber y gradualmente a deteriorarse no sólo físicamente sino también mentalmente. Primero empezó a engordar a causa de alimentarse de bollos y comidas prefabricadas hasta transformarse en una mujer adiposa llena de michelines. No obstante, lo peor  estaba por llegar, ni se cuidaba, ni se lavaba los dientes, ni tenía la más mínima higiene. A causa de este descuido se le habían estropeado los dientes y aparentaba  un aspecto muy desagradable. A falta de aseo personal, le aparecieron  unos granos rojos purulentos en todo el rostro. Yo con afabilidad la aconsejaba visitar al dentista y  al dermatólogo; sin embargo, ella me mandaba al diablo. Desesperado, con el corazón roto, por la horrible situación que atravesaba, tuve que refugiarme en Dios. Cuando se ponía agresiva contaba hasta diez, tomaba profundas respiraciones, y rezaba a Señor para que me diera la fuerza para soportarla. Al presenciar su horrible aspecto y soportar sus continuas vejaciones, como es natural, no me acostaba con ella, porque me producía repugnancia  solo de acercarme a su rostro. Para mi infortunio  ella con la razón totalmente perdida y enfrascada en una botella de alcohol se cebó conmigo llamándome mariquita y no sólo no se conformó  con eso, sino que además, me obligó a llevar por la fuerza un delantal con letras grandes “MARICONA”.
Al pasar cierto tiempo  soportando  vejaciones insoportables, planeé, como es natural, el divorcio; sin embargo, cuando veía a mis hijas de 10 y 8 años se me ablandaba  el corazón y, pensaba: “Pero qué malo eres velando por tu propio bienestar y no el de tus propias hijas”.
Un día se presentó con un dóberman negro como el carbón y malo como el mismísimo demonio.
—Has traído el Leviatán a casa— le dije con aire compungido.
Ella no solo no se enfadó, sino al contrario, le encantó el nombre  y lo llamó desde  entonces así. Al día siguiente creía que iba a ser presa de las fauces del monstruo. El maldito perro me atacaba constantemente; y lo más desconcertante era que con mis hijas y con mi mujer se comportaba como un angelito.
Había  sobrellevado durante años maltratos, humillaciones e insultos; sin embargo, no iba a tolerar ni un día más a este demonio en casa. No olvidéis, amigos, que no me había divorciado de ella por el bien de mis hijas; no obstante,  para qué servía mi sacrificio si, finalmente, estaría descuartizado por este diablo.
Al día siguiente con amabilidad, le dije:
—O sacas  al perro al jardín, y lo pones en su casita atado con la cadena, o me marcho.
Me miró con los ojos opacos, dio una calada a su cigarro, arqueó  las cejas y después de haber tomado un sorbo de whisky, dijo con tono mordaz:
— ¡Que te lleve el diablo!
En seguida preparé mi maleta y al bajar la encontré  esperándome  en la puerta.
—Bueno, de acuerdo, en el jardín atado con la cadena.
Al parecer cambió idea y no me extraña, porque yo cocinaba, hacía los quehaceres  domésticos, llevaba a las niñas al colegio, las recogía y encima tenía que trabajar para mantener la familia. Ella también hacía dos cosas. Acostarse  en la cama fumando y viento estúpidas telenovelas mientras vaciaba bebiendo una botella de alcohol detrás de otra.
Al llegar el verano  mandamos a las niñas con sus abuelos. Yo cada fin de semana  iba con mi lancha a pescar y en el vasto océano encontraba el sosiego y la paz interior lejos de este monstruo. De tanto llamarme maricona,  yo también le había dado un mote; y la había llamado Moby Dick; desde luego le iba bien el apodo con sus 150 kilos parecía más una ballena  encallada que una mujer. Había olvidado decirles que le llamaba para mis adentros, sino, no creo haber podido contaros nada.
Era final de julio, un  día muy caluroso como cada sábado me tocaba  ir a pescar. Preparé la comida, lavé los platos apresuradamente; y sólo tenía que colocarlos a su sitio y salir. Teniendo los platos en mis manos, iba rápido a ponerlos en su sitio cuando de repente ella me zancadilleó. Todos los platos se rompieron por fortuna no me había cortado y ella riéndose a carcajadas decía: 
—Esto  te pasa por maricona.
En este caso y por primera vez no conté hasta diez, tampoco hice profundas respiraciones, olvidé  rezar a Dios. Lo único que recuerdo es que me subió la sangre a la cabeza, mi corazón batía como un martillo, un escalofrío recorrió mi espalda y fuera por la razón que fuese estaba  fuera de mí; con pocas palabras perdí los estribos. Cogí un enorme tiesto y lo empotré contra su cabeza. Bueno, qué  queréis que os diga que el tiesto se rompió en mil pedazos o como adivinéis maté a Moby Dick: mejor dicho a mi mujer. Su cráneo estaba totalmente hundido: se había muerto al instante. Tomé por si acaso el pulso estaba más muerta que Bin Laden.
En mi vida siempre había sido tolerante y comprensivo,  igual que perdonaba todo el mundo decidí perdonarme a mí mismo. Miré el enorme cuerpo de mi mujer en el suelo tendido boca arriba con los ojos desorbitadamente abiertos como platos parecía que iba a levantarse  en cualquier momento. Empecé a meditar que debería hacer. Tenía dos opciones: opción A, llamar a la policía y entregarme. Es decir, que me acusarían de asesinato con premeditación y eso me llevaría a la silla eléctrica o la inyección letal. Por desgracia vivía en Florida; en pocas palabras: tenía la muerte asegurada. Opción B: hacer desaparecer el cadáver, porque  sin él sería  muy difícil formular una acusación. Pero también provocaría otras dos posibilidades. Si me pillasen me pasaría lo mismo que si me entregase a la policía, y si no encontrasen el cadáver: a lo mejor podría escabullirme. Siempre me he considerado un hombre sagaz y decidí lo que haría cualquier persona coherente: intentar eliminar el cadáver.
Medité alrededor de veinte minutos y opté por descuartizarlo. Mi profesión era carnicero, igual eso me había empujado a elegir esta opción. Al abrir el estómago con una enorme macheta empecé a poner el intestino, el hígado, los riñones… en bolsas de basura. Cuando había vaciado el cadáver empecé a cortarlo con la macheta igual que cuando cortaba las chuletas de aguja en mi carnicería. Al terminar limpié las gotas de sudor que caían de mi rostro, la verdad, tenía el cuerpo empapado. Contemplé el cuerpo descuartizado  y cambié de opinión. Me decanté por hacer minúsculos trocitos, sería más fácil transportarlos. Trabajé más de una hora y media a destajo; no obstante, al finalizar estaba feliz. Era totalmente irreconocible, llené diez bolsas de doble capa de basura y esperé hasta las dos de la madrugada.



Al meter las bolsas en el coche me encaminé hacia mi lancha. Al llegar puse las bolsas en la proa de la nave y me dirigí mar  adentro. Al pasar una hora descargué las bolsas en el mar. No habían pasado ni diez minutos y el lugar donde vacié  las bolsas estaba atestado de tiburones haciendo un festín con los trozos de mi mujer. No sé porque siempre había sentido una aversión por esos animales; sin embargo, esta vez me habían parecido muy simpáticos hasta pude acariciar uno cerca de mi lancha. “Creo que al final no eres tan mala, pensé, al parecer para algo sirves alimentando estas vestias.”
Al volver a casa eran las siete de la mañana. Empecé a trabajar con ahínco. Según estaba limpiando con lejía para borrar las huellas, de repente, mis ojos se fijaron en un minúsculo trozo.
— ¿Qué raro, cómo se me había escapado?— repuse.
Estaba exhausto y muy estresado mis nervios estaban a flor de piel, el trocito era más pequeño que la uña de dedo meñique. Sin pensarlo dos veces fui a la parte trasera del jardín, hice un hoyo lo puse dentro y lo tapé. A las nueve de la mañana lo tenía todo limpio, no había rastro  de mi crimen. Por si acaso decidí  pintar la habitación donde sucedió el suceso. Me costó cuatro horas pintar el cuarto y al terminar me di una ducha y me fui directamente a dormir. Al despertar me encontraba mucho mejor me había dormido unas dieciséis horas, no me extraña después de la paliza que me había dado el día anterior. Esperé hasta la una de mediodía y llamé para denunciar la desaparición  de mi esposa a la policía. Ellos no demoraron en aparecer, me hicieron un montón de preguntas y cuando terminaron se fueron. En los días siguientes, muy sosegado hacía mis quehaceres como si no hubiera pasado nada. De improviso al tercer día se presentaron los policías con una orden de registro firmado por el juez y empezaron  a registrar la casa palmo a palmo. Sin embargo, al no encontrar nada salieron al jardín donde el perro ladraba y se meneaba de un sitio a otro sin parar.
— ¿Qué te pasa, amigo?—le dijo un policía acariciándolo y el maldito perro se movía como queriendo enseñarle algo.
—Por favor, sería tan  amable de darme la llave de la cadena  del perro— dijo el inspector frunciendo el entrecejo. Yo nunca me había  imaginado  lo que iba a acontecer. El maldito perro cuando lo había liberado se  había ido directamente a la parte trasera de jardín donde estaba escondido el minúsculo trozo y excavando con sus pezuñas lo había sacado a la superficie. El inspector policial lo metió en una bolsa de plástico y el resto, amigos lectores, no es difícil de adivinar.




Pero mi historia todavía no se ha terminado, amigos, he de relatarles lo que me sucedió ayer por la noche. Lleno de angustia empecé a rezar a Dios. Asesinar  una persona es imperdonable, así que aturdido, desorientado y con el alma partida en dos de dolor oraba a Señor sin parar pidiendo misericordia .La  muerte no me da temor porque todos algún día falleceremos; sin embargo, después de haber cometido el crimen pensaba  que muy pronto estaría quemándome en las llamas eternas del infierno junto con los criminales, violadores, etc. Una ansiedad  aguda colmo todo mi ser y no pude aguantar la situación, lloré sin cesar durante varias horas. De súbito, se me había presentado un ser de luz y empezó a consolarme. En un día estarás con nosotros en un mundo de amor y felicidad donde sólo pueden entrar los seres de corazón puro. La justicia divina no tiene nada que ver con la justicia humana. Dios conoce todos tus actos y no  juzgará toda tu vida  por un hecho desafortunado. Anímate y alégrate, libérate de pensamientos negativos y cosecharás la recompensa de tu fidelidad y la dedicación a las leyes y el amor incondicional  hacia tu señor Jesucristo.
Así, amigos lectores, no deseo que os  sintáis afligidos, sino que regocijéis porque muy pronto estaré en un mundo mejor. También quiero decir que perdono  a  todas las personas que me insultaron hasta las que  han querido lincharme.
Antes de terminar,  tengo que confesar algo que me corroe, aflige y tortura. Espero que Dios  en su infinita misericordia me perdone por lo que os voy a decir: me ruborizo  solo de pensarlo, se me hiela la sangre dentro de las  venas, no puedo ir al otro mundo sin confesar mi último pecado.
No me arrepiento de nada en esta vida excepto de una cosa. Me arrepiento de no haber matado también a ese maldito perro.