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sábado, 11 de abril de 2015

Bill Kill III , de Sotirios Moutsanas







Mi nombre es Bill Esteban Ortega y en unas pocas horas seré electrocutado. El periódico más célebre y con mayor tirada, El nuevo herald … me había pedido  relatar mis memorias; y mañana más de medio millón de personas leerán cómo cometí este espeluznante crimen que conmocionó a todo el estado de Florida.
 Lo lamento, pero amigos, no va a ser como algunos creen, porque al igual que  no todo lo que brilla es oro, tampoco  todo lo que aparenta malo lo es a ciencia cierta. Al juzgarme me nombraron de todo, monstruo, abominación humana, hijo de… y un montón de  apodos innombrables. Estoy completamente convencido que cuando leáis mi relato cambiaréis de opinión, a decir verdad, no tengo ni la más mínima duda que habrá gente llorando arrepentida después de tan infames insultos que se profirieron contra mi persona.  Empiezo sin preámbulos a narrar mi historia, porque como había referido anteriormente tengo las horas contadas.
De joven era jovial, respetuoso y gentil. Lo que más me gustaba era estudiar en profundidad la sangrada biblia y meditar sobre las palabras de nuestro señor Jesucristo; y claro practicarlas en mi vida diaria. Al cumplir veinticinco años conocí a mi esposa. Ella era una joven encantadora, sosegada y llena de sueños e ilusiones. Al principio me pareció una mujer singular y no tardé de pedirla matrimonio. Ella aceptó gustosamente. De nuestra unión nacieron dos preciosas niñas, todo iba viento en popa, éramos una familia feliz.
Al pasar cinco años de ventura, repentinamente mi situación había dado un giro de 180 grados. Pasó lo peor, lo más macabro, y francamente deseo de todo corazón  que ninguna persona  tenga que pasar  mi horrible experiencia.  De ser un hombre afortunado me había convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en un hombre desdichado.
La gente cree en los demonios, pero yo estoy convencido que no existen: lo que existe  de verdad es el vicio, el alcohol, las drogas, que son el verdadero demonio que arrastra a la gente a la perdición y a la falta de razón.
Al principio ella empezó a beber y gradualmente a deteriorarse no sólo físicamente sino también mentalmente. Primero empezó a engordar a causa de alimentarse de bollos y comidas prefabricadas hasta transformarse en una mujer adiposa llena de michelines. No obstante, lo peor  estaba por llegar, ni se cuidaba, ni se lavaba los dientes, ni tenía la más mínima higiene. A causa de este descuido se le habían estropeado los dientes y aparentaba  un aspecto muy desagradable. A falta de aseo personal, le aparecieron  unos granos rojos purulentos en todo el rostro. Yo con afabilidad la aconsejaba visitar al dentista y  al dermatólogo; sin embargo, ella me mandaba al diablo. Desesperado, con el corazón roto, por la horrible situación que atravesaba, tuve que refugiarme en Dios. Cuando se ponía agresiva contaba hasta diez, tomaba profundas respiraciones, y rezaba a Señor para que me diera la fuerza para soportarla. Al presenciar su horrible aspecto y soportar sus continuas vejaciones, como es natural, no me acostaba con ella, porque me producía repugnancia  solo de acercarme a su rostro. Para mi infortunio  ella con la razón totalmente perdida y enfrascada en una botella de alcohol se cebó conmigo llamándome mariquita y no sólo no se conformó  con eso, sino que además, me obligó a llevar por la fuerza un delantal con letras grandes “MARICONA”.
Al pasar cierto tiempo  soportando  vejaciones insoportables, planeé, como es natural, el divorcio; sin embargo, cuando veía a mis hijas de 10 y 8 años se me ablandaba  el corazón y, pensaba: “Pero qué malo eres velando por tu propio bienestar y no el de tus propias hijas”.
Un día se presentó con un dóberman negro como el carbón y malo como el mismísimo demonio.
—Has traído el Leviatán a casa— le dije con aire compungido.
Ella no solo no se enfadó, sino al contrario, le encantó el nombre  y lo llamó desde  entonces así. Al día siguiente creía que iba a ser presa de las fauces del monstruo. El maldito perro me atacaba constantemente; y lo más desconcertante era que con mis hijas y con mi mujer se comportaba como un angelito.
Había  sobrellevado durante años maltratos, humillaciones e insultos; sin embargo, no iba a tolerar ni un día más a este demonio en casa. No olvidéis, amigos, que no me había divorciado de ella por el bien de mis hijas; no obstante,  para qué servía mi sacrificio si, finalmente, estaría descuartizado por este diablo.
Al día siguiente con amabilidad, le dije:
—O sacas  al perro al jardín, y lo pones en su casita atado con la cadena, o me marcho.
Me miró con los ojos opacos, dio una calada a su cigarro, arqueó  las cejas y después de haber tomado un sorbo de whisky, dijo con tono mordaz:
— ¡Que te lleve el diablo!
En seguida preparé mi maleta y al bajar la encontré  esperándome  en la puerta.
—Bueno, de acuerdo, en el jardín atado con la cadena.
Al parecer cambió idea y no me extraña, porque yo cocinaba, hacía los quehaceres  domésticos, llevaba a las niñas al colegio, las recogía y encima tenía que trabajar para mantener la familia. Ella también hacía dos cosas. Acostarse  en la cama fumando y viento estúpidas telenovelas mientras vaciaba bebiendo una botella de alcohol detrás de otra.
Al llegar el verano  mandamos a las niñas con sus abuelos. Yo cada fin de semana  iba con mi lancha a pescar y en el vasto océano encontraba el sosiego y la paz interior lejos de este monstruo. De tanto llamarme maricona,  yo también le había dado un mote; y la había llamado Moby Dick; desde luego le iba bien el apodo con sus 150 kilos parecía más una ballena  encallada que una mujer. Había olvidado decirles que le llamaba para mis adentros, sino, no creo haber podido contaros nada.
Era final de julio, un  día muy caluroso como cada sábado me tocaba  ir a pescar. Preparé la comida, lavé los platos apresuradamente; y sólo tenía que colocarlos a su sitio y salir. Teniendo los platos en mis manos, iba rápido a ponerlos en su sitio cuando de repente ella me zancadilleó. Todos los platos se rompieron por fortuna no me había cortado y ella riéndose a carcajadas decía: 
—Esto  te pasa por maricona.
En este caso y por primera vez no conté hasta diez, tampoco hice profundas respiraciones, olvidé  rezar a Dios. Lo único que recuerdo es que me subió la sangre a la cabeza, mi corazón batía como un martillo, un escalofrío recorrió mi espalda y fuera por la razón que fuese estaba  fuera de mí; con pocas palabras perdí los estribos. Cogí un enorme tiesto y lo empotré contra su cabeza. Bueno, qué  queréis que os diga que el tiesto se rompió en mil pedazos o como adivinéis maté a Moby Dick: mejor dicho a mi mujer. Su cráneo estaba totalmente hundido: se había muerto al instante. Tomé por si acaso el pulso estaba más muerta que Bin Laden.
En mi vida siempre había sido tolerante y comprensivo,  igual que perdonaba todo el mundo decidí perdonarme a mí mismo. Miré el enorme cuerpo de mi mujer en el suelo tendido boca arriba con los ojos desorbitadamente abiertos como platos parecía que iba a levantarse  en cualquier momento. Empecé a meditar que debería hacer. Tenía dos opciones: opción A, llamar a la policía y entregarme. Es decir, que me acusarían de asesinato con premeditación y eso me llevaría a la silla eléctrica o la inyección letal. Por desgracia vivía en Florida; en pocas palabras: tenía la muerte asegurada. Opción B: hacer desaparecer el cadáver, porque  sin él sería  muy difícil formular una acusación. Pero también provocaría otras dos posibilidades. Si me pillasen me pasaría lo mismo que si me entregase a la policía, y si no encontrasen el cadáver: a lo mejor podría escabullirme. Siempre me he considerado un hombre sagaz y decidí lo que haría cualquier persona coherente: intentar eliminar el cadáver.
Medité alrededor de veinte minutos y opté por descuartizarlo. Mi profesión era carnicero, igual eso me había empujado a elegir esta opción. Al abrir el estómago con una enorme macheta empecé a poner el intestino, el hígado, los riñones… en bolsas de basura. Cuando había vaciado el cadáver empecé a cortarlo con la macheta igual que cuando cortaba las chuletas de aguja en mi carnicería. Al terminar limpié las gotas de sudor que caían de mi rostro, la verdad, tenía el cuerpo empapado. Contemplé el cuerpo descuartizado  y cambié de opinión. Me decanté por hacer minúsculos trocitos, sería más fácil transportarlos. Trabajé más de una hora y media a destajo; no obstante, al finalizar estaba feliz. Era totalmente irreconocible, llené diez bolsas de doble capa de basura y esperé hasta las dos de la madrugada.



Al meter las bolsas en el coche me encaminé hacia mi lancha. Al llegar puse las bolsas en la proa de la nave y me dirigí mar  adentro. Al pasar una hora descargué las bolsas en el mar. No habían pasado ni diez minutos y el lugar donde vacié  las bolsas estaba atestado de tiburones haciendo un festín con los trozos de mi mujer. No sé porque siempre había sentido una aversión por esos animales; sin embargo, esta vez me habían parecido muy simpáticos hasta pude acariciar uno cerca de mi lancha. “Creo que al final no eres tan mala, pensé, al parecer para algo sirves alimentando estas vestias.”
Al volver a casa eran las siete de la mañana. Empecé a trabajar con ahínco. Según estaba limpiando con lejía para borrar las huellas, de repente, mis ojos se fijaron en un minúsculo trozo.
— ¿Qué raro, cómo se me había escapado?— repuse.
Estaba exhausto y muy estresado mis nervios estaban a flor de piel, el trocito era más pequeño que la uña de dedo meñique. Sin pensarlo dos veces fui a la parte trasera del jardín, hice un hoyo lo puse dentro y lo tapé. A las nueve de la mañana lo tenía todo limpio, no había rastro  de mi crimen. Por si acaso decidí  pintar la habitación donde sucedió el suceso. Me costó cuatro horas pintar el cuarto y al terminar me di una ducha y me fui directamente a dormir. Al despertar me encontraba mucho mejor me había dormido unas dieciséis horas, no me extraña después de la paliza que me había dado el día anterior. Esperé hasta la una de mediodía y llamé para denunciar la desaparición  de mi esposa a la policía. Ellos no demoraron en aparecer, me hicieron un montón de preguntas y cuando terminaron se fueron. En los días siguientes, muy sosegado hacía mis quehaceres como si no hubiera pasado nada. De improviso al tercer día se presentaron los policías con una orden de registro firmado por el juez y empezaron  a registrar la casa palmo a palmo. Sin embargo, al no encontrar nada salieron al jardín donde el perro ladraba y se meneaba de un sitio a otro sin parar.
— ¿Qué te pasa, amigo?—le dijo un policía acariciándolo y el maldito perro se movía como queriendo enseñarle algo.
—Por favor, sería tan  amable de darme la llave de la cadena  del perro— dijo el inspector frunciendo el entrecejo. Yo nunca me había  imaginado  lo que iba a acontecer. El maldito perro cuando lo había liberado se  había ido directamente a la parte trasera de jardín donde estaba escondido el minúsculo trozo y excavando con sus pezuñas lo había sacado a la superficie. El inspector policial lo metió en una bolsa de plástico y el resto, amigos lectores, no es difícil de adivinar.




Pero mi historia todavía no se ha terminado, amigos, he de relatarles lo que me sucedió ayer por la noche. Lleno de angustia empecé a rezar a Dios. Asesinar  una persona es imperdonable, así que aturdido, desorientado y con el alma partida en dos de dolor oraba a Señor sin parar pidiendo misericordia .La  muerte no me da temor porque todos algún día falleceremos; sin embargo, después de haber cometido el crimen pensaba  que muy pronto estaría quemándome en las llamas eternas del infierno junto con los criminales, violadores, etc. Una ansiedad  aguda colmo todo mi ser y no pude aguantar la situación, lloré sin cesar durante varias horas. De súbito, se me había presentado un ser de luz y empezó a consolarme. En un día estarás con nosotros en un mundo de amor y felicidad donde sólo pueden entrar los seres de corazón puro. La justicia divina no tiene nada que ver con la justicia humana. Dios conoce todos tus actos y no  juzgará toda tu vida  por un hecho desafortunado. Anímate y alégrate, libérate de pensamientos negativos y cosecharás la recompensa de tu fidelidad y la dedicación a las leyes y el amor incondicional  hacia tu señor Jesucristo.
Así, amigos lectores, no deseo que os  sintáis afligidos, sino que regocijéis porque muy pronto estaré en un mundo mejor. También quiero decir que perdono  a  todas las personas que me insultaron hasta las que  han querido lincharme.
Antes de terminar,  tengo que confesar algo que me corroe, aflige y tortura. Espero que Dios  en su infinita misericordia me perdone por lo que os voy a decir: me ruborizo  solo de pensarlo, se me hiela la sangre dentro de las  venas, no puedo ir al otro mundo sin confesar mi último pecado.
No me arrepiento de nada en esta vida excepto de una cosa. Me arrepiento de no haber matado también a ese maldito perro.

 


12 comentarios:

Ricardo Corazón de León dijo...

Un relato muy bien ideado. Ya era hora de que alguien hablase de los pobres hombres maltratados que también los hay y muchos. Lo que pasa es que no son capaces de decirlo para que no les llamen calzonazos o cobardes. Prefieren pasar todo ese infierno antes que decir que su mujer les maltrata.

En google+ te pasaré algunas correcciones. No son importantes pero hay que depurarlas.

Un abrazo muy fuerte. Ricardo.

Sotirios dijo...

Hola, amigo, Ricardo, si los hay ni lo imaginas. Un día que nos encontremos en persona te contaré unas cosas de mi vida que te podrán los pelos de punta. Me alegra mucho que te haya gustado. De las correcciones te lo agradezco sobremanera. Es muy complicado para mi escribir en español hago lo que puedo pero no encuentro más que obstáculos. Espero que hayas tenido un feliz viaje. Muchísimas gracias por tu visita como puedes ver estoy más solo que la una. Un fuerte abrazo, Sotirios.(No me molesta en absoluto que me corrijan en el blog de opuesto llevo pregonando meses que mi nivel gramatical es paupérrimo)

Salvador Esteve dijo...

Sotirios, describes muy bien las personalidades de tu personaje, que va transmutando su vida en un descenso a los infiernos. Me gusta el estilo socarrón y directo que impregnas a tus relatos. El irónico final, muy bueno. Un fuerte abrazo y mucha suerte.

Sotirios dijo...

Gracias por tu visita, amigo salva. Me gusta poner una pizca de humor en todo lo que escribo. Mi personaje como muy bien describes se hunde en el infierno porque se lo arrastra por la fuerza su mujer donde ella habita. El final es muy gracioso porque casi parece un santo pero se vuelve a demostrar que es simplemente un ser humano con sus debilidades. Un fuerte abrazo, Sotirios.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Soti, muy buen relato, lo leí de un tirón. Pobre hombre,pero claro si hubiera matado al perro,jej, aunque me imagino que eso sería más complicado sobre todo sabiendo que éste no le tenía demasiado cariño.
Como dicen por ahí los compañeros tienes algunos fallos de ortografía, pero por lo demás está muy bien.
Abrazos Soti.

Sotirios dijo...

Hola, Puri, gracias por tu visita. No olvides que te quiero mucho, amiga, y siempre visitaré tu blog. El último mes leí 6 libros todos de la época victoriana(es que me chiflan las novelas de amor y como es primavera ya sabes la sangre…) Según escribía mi relato odiaba este maldito perro. Quería darla la peor muerte posible, pensé que el protagonista sedarlo y atado indefenso tirarlo a los tiburones vivo y disfrutar como lo comían vivo, pero por desgracia amiga lo necesitaba vivo para mi increíble final, pero ganas no me faltaron. JA,ja,ja, cuando escribo un relato lo vivo tanto que creo que soy el protagonista. Pensé más de 200 maneras de matarla y todas eran crueles e inhumanas, pero decidí de trocillos porque era la más asquerosa y como muy bien comprendes un relato de terror es más bueno cuando la gente que lo lea siente un auténtico asco. De los errores sabes muy bien si me mencionas aunque pocos me hagas un favor ,así yo los veo y en el siguiente relato no cometo los mismos fallos.Un fuerte abrazo, amiga, te quiero mucho, Sotirios.

Blanca O. dijo...

Hola Soti,
Muy bueno el relato, en la línea terrorífica que nos tienes acostumbrados.
Un abrazo, Blanca

Sotirios dijo...

Hola, amiga, me alegra que te haya gustado. Sé que el relato es un poquito duro de leer en algunas partes francamente asqueroso, pero como es un relato de terror el texto requería semejante escenas. Un fuerte abrazo, amiga, y enhorabuena ha visto que has sido seleccionada en letras de arte varias veces. Yo no participo más en este concurso por el simple razón que me gustan los relatos largos, pero sin duda alguna vez participaré. Un abrazo, Sotirios.

Rafa Olivares dijo...

Sotirios, con tu relato demuestras que el perro no es el mejor amigo del hombre, sino de la mujer. Muy interesante el desarrollo de la historia, una mezcla de terror y misticismo. Enhorabuena.

Sotirios dijo...

Ja,ja,ja, contigo siempre me rio. Es verdad el mejor amigo de perro es la mujer. Muchas gracias por tus elogios detrás de este relato hay horas y horas de duro trabajo. Estoy diseñando mi relato erótico y aproximadamente el día 15 de mayo lo colgaré. Un fuerte abrazo, y muchas gracias por tu visita, Sotirios.

Fernando da Casa dijo...

Jajaja, transgresor y divertido, Soti.
Más que miedo por la historia, da miedo por lo políticamente incorrecto que es...
Como te pille alguna feminista...
Un abrazo.

Sotirios dijo...

Hola, amigo. A las mujeres no les gusta el relato, pero le aseguro que en la vida real hay peores casos. Yo personalmente no separo las personas en mujeres y hombres más bien en buenas personas y malas. Gracias por las correcciones en mi relato erótico. Yo quería escribir un erótico y me salió un porno tota. El siguiente ya sabes tú con la jueza. Un abrazo, Sotirios