Bajo el precioso abeto, decorado con adornos navideños,
estaba Susanita abriendo sus regalos radiante de felicidad. Los villancicos
sonaban por todo el salón llenando la atmósfera con su magia navideña. En el
centro había una suntuosa mesa colmada
de todo tipo de comidas y dulces navideños. En el medio de la mesa había un
pavo enorme, dorado y listo para degustar.
— ¡Qué dichosa soy! ¡Cómo les quiero! ¡Feliz Navidad! — dijo
Susanita abrazando toda la familia.
— ¡Feliz Navidad, princesita!— le contestaron todos al
unísono.
El rumor de una rata hizo despertar a la pequeña niña. Entre
los cartones hizo una fuerza descomunal para moverse; pero su pequeño lánguido
cuerpo estaba entumecido. El frío, la inanición y la alta fiebre hicieron mella
en ella. Su pequeño cuerpecito se estremeció, le pesaron los parpados, se le
nublaron los ojos azules y el sueño se apoderó de ella.
—Susanita, vamos—dijo
un niño.
— ¿Quién eres tú? —repuso sorprendida.
—Yo soy la vida
eterna, pero tú llámame Jesusito.
—Y, ¿adónde nos vamos, Jesusito?
—Nos iremos en un mundo donde el hambre no existe; y toda la
gente es muy feliz; y donde los niños disfrutan la Navidad en un enorme
jardín eternamente.
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