Sotirios Moutsanas con el dorsal número 99 consigue la medalla de bronce en los juegos mediterráneos de 1979 de Split Antigua Yugoslavia.
Un acontecimiento puede cambiar completamente el
modo de pensar, de actuar e, incluso, la forma de concebir las cosas. En mi
caso, hay un antes y un después a raíz de este suceso. Antes veía la vida con
otros ojos, me agradaba todo, pero, con el tiempo, las cosas cada vez me
parecían más falsas, triviales y repugnantes. Me era imposible aceptar el mundo
en el que vivía a medida que iba conociendo los mundos que existían. Mi mente
no podía tolerar tanto acto de mentira, venganza, odio y maldad. Solo por pensar
mal de cualquier persona, sentía terror y aversión hacia mí mismo. Tuve que
dejar de escuchar las noticias para no oír atrocidades como, por ejemplo: «Asesinó
a sus dos hijos para vengarse de su mujer». Gradualmente, mi ser y la forma de pensar estaban
en un estado distinto al de los demás y, como era evidente, me había
distanciado hasta quedarme en la más absoluta soledad.
«¿Qué coño hago yo en este mundo?»,
era mi raciocinio más común.
Antes de mi experiencia, estaba convencido de que la
verdad estaba dentro de nosotros, y seguro de que nuestra alma nos facilitaba
cualquier información que necesitáramos. Sin embargo, después de lo acontecido
siempre busqué espacios apartados de la ciudad donde pudiera pasar horas y
horas en plena soledad contemplando las estrellas, diciendo y señalando con mi
dedo índice: «La verdad está ahí arriba». Les aseguro, queridos lectores, que no es nada
sencillo saber la verdad y vivir entre personas cuya principal ocupación es
envidiar a los demás. Sin la más mínima demora, empiezo a relatarles mi
increíble historia, que es verdadera como el sol y las estrellas del firmamento.
Todo comenzó en el año 1979. Por aquel entonces, yo
era un atleta internacional con una progresión envidiable. En ese mismo año
participé en los Juegos Mediterráneos de Split, en la antigua Yugoslavia —actual
Croacia—. Después de una carrera brillante, logré la tercera plaza en los ochocientos
metros estableciendo un nuevo récord para Grecia. Sin embargo, para mi
desventura, el esfuerzo de la severa preparación había hecho mella en mí. Francamente,
me sentía mal, con mareos y dolores por todo el cuerpo. En aquella época, era
amigo de otro célebre atleta de mil quinientos metros que se llamaba Fotis
Kourtis. Al hablar con él, me convenció de ir al monte Parnés, que estaba muy
cerca de Atenas. En aquel lugar había unas instalaciones de atletismo con
estadio, restaurante y pequeñas casas para los atletas. Al llegar con el coche
de mi amigo, nos instalamos en las habitaciones y salimos para que mi amigo me
enseñara el sitio. El paisaje de Parnés es asombroso, lleno de enormes abetos y
pinos. Mientras que por la noche en Atenas había veintiséis grados, allí no se
superaban los seis.
En aquella época, me gustaba mucho hacer meditación
y ejercicios espirituales. Al caer la noche, en pleno silencio, recé con ahínco
varias horas, hasta que me quedé en un estado de éxtasis. No sé por qué empecé
a preguntarme mentalmente si algún ser de otro planeta querría entablar amistad
conmigo. «Me agradaría comunicar con seres de otro mundo», me decía con
intensidad. De pronto, sentí un zumbido raro y como unas luces de pequeñas
estrellas iluminando mi mente. Escuché una especie de voces dentro de mi
cerebro. No obstante, me fue imposible inferir lo que decían.
Al día siguiente por la mañana, corrí con mi amigo
en el estadio y él me comentó que por la tarde nos iríamos a correr por un circuito
dentro del espeso bosque. A las cinco de la tarde, mientras íbamos a entrenar, mi
amigo sintió un dolor agudo en el tobillo y se dio cuenta de que estaba
inflamado.
—Soti, no sé qué me ha pasado, creo que es mejor no
forzar para no empeorarlo —dijo con tono de preocupación—. Dadas las
circunstancias, tienes que ir solo. Pero no te preocupes, el recorrido es muy fácil,
has de seguir este camino y, aproximadamente en veinte minutos, darás la vuelta.
—Bueno, Fotis, parece sencillo. Es mejor que te
pongas hielo en el tobillo. De todos modos, no parece estar tan mal. Creo que
mañana estarás al cien por cien.
—Sí, pero ten cuidado, porque el bosque está
atestado de lobos. Sin embargo, ellos nunca arremeten contra humanos y
generalmente cazan por la noche.
—Descuida, Fotis, tendré mucho cuidado —repuse con
tono tranquilo.
Al empezar a correr, al principio me hallaba con una
euforia inusual, lo más probable es que fuese por la hermosura del paraje. Según
estaba corriendo, me sentía muy ligero y con unas ganas inexplicables de ir más
rápido. Pero, fuera por la razón que fuese, era incomprensible que no notara
ningún tipo de cansancio. Decidí acelerar mi ritmo, sin embargo, no solo no
percibía ninguna fatiga, sino que, además, mis piernas parecían estar
literalmente volando. Me volví loco de alegría. Me sentía como Superman, corriendo
como un caballo desenfrenado cada vez más y más rápido. Aumenté mi velocidad hasta
el ritmo de un atleta de cuatrocientos metros, no obstante, por extraño que les
parezca, queridísimos lectores, seguía devorando kilómetros y kilómetros sin
notar ni el más mínimo cansancio.
«Esto no puede suceder de verdad, seguro que estoy
soñando», pensaba desconcertado. La experiencia de sentirme como Superman había
distraído mi mente y me había olvidado enteramente de las recomendaciones de
Fotis. Miré mi reloj. Llevaba una hora y diez minutos corriendo a toda velocidad,
mientras que, en realidad, debería haber dado la vuelta a los veinte minutos. «No
pasa nada», pensé, «retornaré y con esta velocidad en una hora por lo menos
estaré otra vez en las instalaciones deportivas». Sin embargo, para mi
desventura, cuando di la vuelta, mis piernas pesaban como si fuesen de plomo. Me
fue imposible seguir corriendo. Solo podía volver caminando. Calculé el tiempo
que me llevaría regresar andando: «¡Cuatro horas! ¡He metido la pata! En menos
de una hora habrá anochecido y Parnés está llena de lobos» —me dije con tono de
inquietud.
Busqué desesperadamente una especie de palo y, por
fortuna, hallé uno del tamaño de una jabalina. Sin dilación, encontré una roca
y empecé a afilar la punta con paciencia. En un cuarto de hora, la tenía
puntiaguda, capaz de penetrar en un animal. «¡Dios mío, ayúdame! En menudo
embrollo me he metido. He de salir de esto como sea», pensé con aire de
desesperación. Caminé veinticinco minutos y hallé una explanada. Entre tanto,
la oscuridad silenciosa envolvió la tierra con su manto y una angustia mordaz
comenzó a atenazarme el corazón. Por suerte, era una noche radiante, clara, estrellada,
con una luna llena resplandeciente brillando en el cielo. Decidí quedarme en mitad
de la explanada por dos motivos. El primero era que sería más fácil orientarme
en un sitio que fuera bien visible. La segunda razón era que allá podría
defenderme; entre los arboles sería imposible.
Hubo un profundo silencio hasta que oí el aullido de
los lobos. Todo presagiaba una noche siniestra. Me sentí embargado por unas
emociones desconocidas que ni siquiera sabía que existieran hasta entonces. Se
me heló la sangre en mis venas y percibí cómo un sudor helado recorría mi
espalda. De hecho, estaba totalmente aterrorizado. Solo me faltaba rezar y
esperar un milagro. Repentinamente, los lobos aparecieron entre los espesos
arboles de abetos. Sus ojos refulgían con la luz de la luna y parecían demonios
del inframundo. Se arrimaron hacia mí sigilosamente, retándome, ostentando sus
horripilantes colmillos sedientos de sangre.
«Soy demasiado joven para morir, venderé muy caro mi
pellejo», pensé con aire desafiante. Saqué fuerzas de flaqueza y alcé el palo
con las dos manos hacia el cielo gritando tan fuerte que se estremecieron hasta
los lobos. Al principio, recularon, pero enseguida reanudaron su implacable
marcha hacia mí.
«La mejor defensa es un buen ataque» razoné, y
arremetí con bramidos enseñando mis dientes. Los lobos, estupefactos por mi
audacia, retrocedieron sin parar de contemplarme y mostrando sus puntiagudos
colmillos blancos. La punta de mi palo se incrustó en el cuello de uno de ellos,
mientras que otro estaba a punto de morderme. Yo di una vuelta con una
velocidad endiablada y con la otra parte del palo lo golpeé en la cabeza. Su
gruñido de dolor fue tan inmenso que se escuchó a kilómetros de distancia. Además,
al que penetré con la estaca estaba más tieso que el mango de un cazo y por su
cuello salía la sangre a borbotones. Retrocedí paulatinamente con paso firme,
esperanzado de que quizás pudiera salir de esa. Ellos aguardaban a una
distancia considerable, se podía ver que ya me tenían respeto. Desde luego, se
habían enterado de que no era una presa fácil.
Al pasar veinte minutos, todavía aguardaban con
paciencia, como alguien que espera una visita. Y entonces, para mi desdicha, la
situación tomó un cariz trágico. No podía dar crédito a mis ojos, se presentó
otra manada de lobos mucho más numerosa. Se me cayó el alma a los pies.
«Estoy acabado, esto es mi final», me dije con aire
compungido. Ya no había ninguna esperanza, pronto sería devorado por las fauces
de estas fieras. «La muerte se ha cernido sobre mí, mi final está sellado», pensaba
mientras los lobos me observaban con ojos escrutadores.
El estruendoso fragor de una escopeta rompió el
mutismo de la noche y una potente linterna iluminó el lugar donde estaban los
lobos, que, asustados, lanzaron un grito lastimero y huyeron como alma que
lleva el diablo. Miré con asombro hacia la linterna: allá se hallaba mi mejor
amigo, ¡Fotis! Venía hacia mí cojeando visiblemente. Nos abrazamos efusivamente
como unos amigos que no se ven desde hace muchos años.
—Gracias, Fotis. Me has salvado la vida.
Él, tras adoptar una expresión impasible, dijo:
—Como no volvías, tuve el presentimiento de que te
habías perdido. Pedí la carabina del viejo vigilante y me pasé tres horas
rastreando el bosque en tu busca.
—Pues, si te hubieras demorado cinco minutos más, no
creo que hubieras encontrado ni mis huesos —dije sonriendo.
Estábamos a punto de emprender la marcha hacia las
instalaciones deportivas cuando, de improviso, una fuerte luz anaranjada ocultó
las brillantes estrellas en el cielo. Fotis y yo éramos unos asiduos lectores
de temas relacionados con ovnis, pero no es lo mismo leer que estar presente. De
hecho, cuando habíamos visto la enorme nave discoidal de casi doscientos metros
de diámetro y rodeada de luces fulgurantes, lo único que pensamos fue en correr
despavoridos. Sin embargo, nos relajamos al escuchar una voz en nuestra mente: «Tranquilos,
somos amigos. Sotirios, ayer te comunicaste con nosotros manifestando que
querías entablar comunicación con seres de otros planetas. Pues aquí estamos».
Contemplé a Fotis y nos quedamos petrificados por el
estupor que nos producía poder comunicarnos telepáticamente. La nave generó un
pequeño silbido y se posó sobre el suelo. Se abrió una especie de puerta y salieron
por ella cinco seres de una altura aproximada de tres metros. Eran bellos como
ángeles, una luz áurea resplandecía a través de sus cuerpos. Tenían la piel
blanca como el marfil y sus ojos tenían un color entre verde y azul. Vestían
con ropas plateadas nada ajustadas, más bien holgadas.
—Venid con nosotros a nuestra cosmonave, os
vamos a llevar al espacio para que os deleitéis con la vista de vuestro planeta.
Al entrar en la nave, observamos que el interior era
muy espacioso y todo el equipamiento tenía forma redondeada. En la mitad de la
nave había una especie de paneles, como ordenadores. La astronave también tenía
cúpula, compartimentos, anillo superior, anillo inferior y dispositivos de
transmisión.
Uno de ellos nos hablaba siempre telepáticamente, y,
mientras la nave estaba en el espacio, nos dijo:
—Hemos probado vuestra valentía y habéis aprobado
con sobresaliente. Habéis demostrado que tenéis mucho coraje y sois dignos de
contemplar y escuchar lo que otros de vuestra especie no pueden ni soñar. —Dirigió
una mirada hacia el tobillo de Fotis y al instante la hinchazón desapareció. Se
volvió hacia mí y me dijo—: Te hemos otorgado la aptitud de correr con una
ligereza inusual para vuestra capacidad, con la intención de que te perdieras y
demostrases tu valentía contra los lobos. El tobillo de tu compañero lo hemos
lesionado también nosotros, para que manifestara el amor por su amigo buscándolo
en plena noche a pesar de sus fuertes dolores.
»Os vamos a contar la historia de nuestra
civilización que, en definitiva, es la más importante del universo. Nosotros
somos los primeros, los abuelos, las primeras criaturas inteligentes del cosmos.
Tras nosotros, ha habido otros seres inteligentes, tantos que, francamente, ya
son innumerables. De todas las especies con raciocinio en el universo, solo hay
cuatrocientas que han desarrollado una tecnología tan avanzada que les permita
desplazarse a otros mundos.
»Todo empezó hace muchos millones de años, tantos
que vuestro sol y vuestra galaxia todavía no existían. Nosotros ya habíamos
desarrollado una tecnología bastante avanzada, unos ciento ochenta años más
evolucionados que vuestra ciencia actual, aproximadamente. En aquella época,
apareció un científico genetista que era más que un genio. Con su grupo de
científicos, habían clonado unas criaturas tan perfectas que revolucionaron
nuestro mundo. Los seres clonados, además de que eran más altos y apuestos que los
individuos de nuestra raza, también poseían un coeficiente intelectual de doscientos
cincuenta. Y no solo eso, sino que eran genéticamente perfectos. No enfermaban
nunca y vivían trescientos años, mientras que nuestra especie vivía ciento
cincuenta. Después de haber pasado varias generaciones y ser regentados por
estos individuos superdotados, como era evidente, todos querían tener hijos
clonados. Finalmente, nuestra raza solo procreaba por la vía de la clonación.
»Pasados miles de años, nuestra ciencia evolucionó
hasta tal punto que ya habíamos podido viajar a otros mundos y visitar otros
planetas. Entonces se presentó ante nosotros un ser increíble, es muy difícil
describirlo con palabras. Él evolucionó nuestro orbe, y hubo un antes y un
después tras la llegada de Diamantre, que así se llamaba el ser que evolucionó
nuestro mundo. Nos instruyó en que la tecnología y la materia no nos hacían más
felices. Lo que nos hacía dichosos era nuestro mundo interior y el conocimiento
de que, aunque parece que los individuos estamos separados, en realidad somos
un solo cuerpo. Igual que un cuerpo tiene pies, rodillas, hombros, ojos, nariz…,
y todo ello constituye un solo cuerpo, del mismo modo todos nosotros somos uno.
»Logró convencernos con mucha facilidad a causa de
sus extraordinarias capacidades, como comunicar telepáticamente y su habilidad
para levantar enormes objetos solo con su fuerza mental. Nos enseñó una técnica
de meditación mezclada con música relajante cuyo efecto nos transportaba a un
estado de superconciencia. En este estado podíamos regenerar nuestras células
con la fuerza de nuestra mente. Nuestra vida cambió radicalmente. En cierto
modo, nos habíamos convertido en energía pura habitando en un cuerpo material.
»De vivir trescientos años habíamos pasado a cuarenta
mil, y no solo eso, sino que también, antes de morir, nos transportábamos con
nuestra voluntad a otro cuerpo clonado sin perder nuestra experiencia de la
vida anterior. No requeríamos nutrirnos ni ingerir líquidos, nos alimentábamos
directamente de cosmos, de aire, de sol, de éter… Entre nosotros no había ni el
mejor ni el peor, cada uno de nosotros cumplía con su misión para funcionar
como un solo cuerpo. Nadie tenía más que el otro y tampoco nos interesaba la
materia. El regocijo, para nosotros, era servirnos los unos a los otros.
Fotis y yo estábamos anonadados. Por eso estas
entidades estaban fluorescentes, eran mitad materia y mitad energía espiritual.
—Podéis preguntarnos lo que queráis, y nosotros, con
mucho gusto, responderemos a vuestras preguntas —nos dijeron telepáticamente
con tono afable.
Empecé yo primero preguntando sobre la distancia de
su planeta al nuestro. Se impuso un breve silencio. El que más se comunicaba
con nosotros adoptó una expresión pensativa y dijo:
—Nuestro planeta está a doscientos cincuenta años
luz del vuestro.
—¿Y cómo podéis viajar tantos años, no os hartáis de
estar en una nave tanto tiempo? —repuso Fotis.
En sus rostros se dibujó una resplandeciente sonrisa,
nos miraron con ojos colmados de ternura, y uno de ellos contestó:
—Viajar de nuestro planeta hasta el vuestro, en
realidad, nos lleva solo dos horas.
Se encaminaron hacia el centro de la nave mientras
yo y Fotis los seguíamos. Contemplamos un gran panel de mandos y, de repente,
se proyectó en una pantalla un punto lejano en unas estrellas.
—Nuestra manera de viajar por el espacio se basa en un
sistema de desmaterialización y materialización posterior en la marca que veis
en la pantalla. En nuestro caso, como nuestro planeta es tan lejano, hacemos el
proceso tres veces. Nuestras astronaves tienen sistema de propulsión, amplificadores
de gravedad y el reactor, que proporciona energía. Por lo tanto, nuestro
sistema está compuesto por dos partes: los amplificadores de gravedad y el
reactor.
»El reactor funciona por aniquilación completa,
alimentado por antimateria. La increíble cantidad de energía que produce
alimenta a los amplificadores. Para viajar por el espacio, la nave gira sobre
un lado, enfoca los tres amplificadores en un único punto, como el que os hemos
enseñado anteriormente, y luego se eleva a máxima potencia mediante los
amplificadores y el reactor. Prácticamente, estira el tejido del espacio, distorsiona
el espacio tiempo y lo atrae hacia la nave. De esta manera, está en condiciones
de hacer enormes distancias en un lapso de tiempo prácticamente nulo.
»Para decirlo de otra manera más simple, en el modo
hiperespacial, cuando giramos un ángulo recto, perdemos una dimensión. Después
de tres giros en ángulo recto, se pierden las tres dimensiones del espacio y de
esta forma se puede lograr una desmaterialización completa. El giro de una
dimensión determina la pérdida de esta dimensión y el objeto, inicialmente
tridimensional, aparece como una figura luminosa sobre una superficie plana. Primero
se materializa y después se desmaterializa en forma luminosa.
Nos quedamos totalmente sorprendidos tras la larga y
detallada explicación de Talamantri, como se llamaba el extraterrestre.
—Ahora comprendo por qué en las filmaciones de ovnis
aparecen como bolas luminosas y, de repente, desaparecen en la nada —dijo Fotis
con aire solemne.
Tomé la palabra y dije:
—En nuestro mundo hay muchas guerras. Además, hacemos
películas en las que entidades de otros mundos nos atacan. Mi pregunta es: ¿hay
otros mundos que tienen guerras? ¿Existen planetas que atacan a otros planetas
con sus vehículos espaciales?
—Como ya os hemos explicado, en nuestra raza no
existe la palabra guerra, ni contemplamos perjudicar a ningún ser vivo. Para
nosotros, el universo está lleno de la luz eterna que nos abarca a todos con su
gran amor. En cierto modo, nuestra misión como primogénitos es la de preservar
la obra de nuestro padre celestial. —El extraterrestre guardó silencio un
instante, pero retomó el hilo de la narración enseguida—. Vosotros sois unos
seres primitivos que competís hermano contra hermano, raza contra raza, con
multitud de divisiones: ricos, pobres, etcétera. De hecho, vuestra historia
está llena de atrocidades, guerras, genocidios…
»Me gustaría aclararos que una civilización avanzada,
capaz de viajar por el espacio tiempo con una tecnología miles de años más
desarrollada que la vuestra, si quisiera, terminaría con vuestra civilización
en cuestión de segundos. No obstante, el hecho de que una civilización esté tan
adelantada tecnológicamente respecto a la vuestra significa que también lo está
moralmente. Por lo tanto, nosotros, los visitantes de vuestro planeta, somos
incapaces de hacer daño a ninguna criatura. Simplemente somos científicos que
estudiamos la evolución de seres primitivos de otros planetas.
»Además, tenéis que entender que cada ser está
adaptado a su planeta. Es como coger un oso polar y ponerlo en un desierto. Así
de difícil sería para una especie de otro planeta vivir en el vuestro, dicho en
otras palabras, sería un auténtico sufrimiento. Cada criatura de un planeta
está adaptada después de miles o millones de años de evolución para vivir en su
ambiente natural. Es muy complicado habituarse a otro mundo que tiene
diferentes características. Sin embargo, sí que existen otras civilizaciones no
desarrolladas, como la vuestra, en cuyos planetas hay continuas guerras. Nosotros
los observamos sin interferir, pero os aseguro que es una auténtica abominación
cuando se matan entre ellos.
—En nuestro mundo hay muchas teorías que manifiestan
que el ser humano es una clonación de extraterrestres. ¿Es verdad? —pregunté.
Los alienígenas se miraron entre ellos con ojos
escrutadores, como preguntándose si debían contestar a mi pregunta. Después de
un breve silencio, uno de ellos dijo, siempre telepáticamente:
—Es una historia muy larga. Sin embargo, os la
contaré concisamente. Hace unos cuatrocientos mil años, una raza de seres de un
planeta llamado Nibiru visitó vuestro planeta. La razón era que necesitaban un
metal al que vosotros llamáis oro. En
su planeta había una gran abertura en la atmósfera que los llevaba a la
extinción. Transformando el oro en fino polvo y con unos rayos de cristales, lo
dispersaron en el cielo, donde existía esa gran brecha. El polvo de oro
funcionaba como escudo.
»Su rey, Anu, era un ser bondadoso y sabio. Tuvieron
que colonizar vuestro planeta solo con el propósito de extraer el oro y utilizarlo
para tal fin. Uno de sus hijos, Enki, era un ingeniero genetista muy erudito. Decidió
mejorar la inteligencia de los primates terrestres con el único propósito de
utilizarlos para efectuar el arduo trabajo de la extracción de oro. Por lo
tanto, Enki y sus ingenieros genéticos mezclaron el ADN de los Annunaki con el
de los primates. Así que, en realidad, los creadores de vuestra raza son ellos.
El primer ser clonado de este modo se llamó Adamu, vosotros lo llamáis Adán.
—Quisiera conocer el futuro de la humanidad —dijo
Fotis con su pensamiento.
—El futuro se lo forjará el ser humano con sus
propias acciones. Como hemos mencionado anteriormente, una civilización
progresa tecnológicamente y moralmente. Si no sucede de este modo y solo progresa
tecnológicamente, está condenada sin remedio a la autodestrucción. Así que solo
depende de vosotros.
—Me gustaría saber si tenéis cónyuges y si
practicáis el amor con vuestras compañeras —continuó Fotis.
—Sí, tenemos relaciones sexuales, si eso es lo que pensáis,
pero no carnales, más bien espirituales. Con un sistema de meditación, se pueden
fusionar nuestra alma y mente hasta fundirnos en uno. Este método se asemeja al
amor tántrico. No obstante, en nuestro mundo, sin lugar a dudas, es algo más
placentero, más profundo, más espiritual. Tampoco está mal visto este tipo de
unión entre seres del mismo sexo.
—¿Para entablar comunicación entre vosotros tenéis
algún aparato como nosotros utilizamos los móviles? —intervine.
El rostro de los extraterrestres se iluminó y sus
ojos brillaron mientras mostraban una sonrisa resplandeciente, parecía que les
hacía gracia la pregunta. Inmediatamente recobraron el aplomo y uno de ellos
dijo:
—Hace millones de años manejábamos dispositivos, pero,
con la aparición de Diamantre, en cierta forma, pasaron a ser para nosotros totalmente
inservibles. Para comunicarnos con otra persona solo tenemos que visualizarla, y
no importa la distancia, nos conectamos telepáticamente enseguida. La fuerza de
la mente es inimaginable. Tú, Sotirios, por ejemplo, has podido conectar
telepáticamente con nosotros a ciento cincuenta años luz. Creo que eso lo dice
todo.
—Hemos escuchado que Estados Unidos tiene en su
poder naves extraterrestres conseguidas por accidentes como el de Roswell. ¿Es verdad?,
y si lo fuera, ¿no es peligroso poseer esta tecnología avanzada en su poder? —pregunté.
Hubo una breve pausa mientras los ojos de Talamantri
refulgían. Retomó la palabra y, con tono apacible, dijo:
—Poco podemos hacer respeto de ese problema. Por desgracia,
los accidentes acontecen en todos los ámbitos de la vida y no se escapan de ello
ni los seres de otros mundos. A decir verdad, ellos pretenden descifrar esta
ciencia con el único propósito de emplearla en sus insensatas guerras y someter
a otros países. No obstante, no hay que inquietarse, porque es como si unos
problemas de altísima matemática cayeran en manos de niños de tres años. Aunque
quisieran, no podrían descifrar nada, por la simple razón de que sus mentes no
llegan a ese nivel.
Había algo que me perturbaba y, según pensaba en eso,
me embargaba una tristeza insondable. Francamente, mi alma estaba mortificada. Uno
de los seres, que se llamaba Tavatar, me miró con ojos penetrantes y me dijo con
dulzura angelical:
—¿Qué te pasa, Sotirios?
—En toda mi existencia he creído en Dios y en nuestro
señor Jesucristo. Sin embargo, la revelación de que venimos de los Annunakis me
hace dudar de mis creencias —dije con tono compungido.
—Al contrario, no debe de ser así. Dios, la luz
perpetua que envuelve todo el universo, es padre de todos nosotros, por lo
tanto, en realidad, todos somos hermanos. En nuestro planeta, cuando se
presentó Diamantre, era como el Buda, el iluminado, para nosotros. No obstante,
vosotros habéis tenido la suerte de ser instruidos por el propio hijo de Dios. No
tiene que haber ningún problema por seguir creyendo lo que creéis.
Estábamos totalmente desconcertados por cómo estos
individuos sabían tanto de nuestra civilización. Sin preámbulos, les pregunté
cómo conocían tantas cosas sobre nosotros. Tomó la palabra Talamantri, que nos
dijo:
—Tenemos la capacidad de disgregarnos físicamente y
habitar en el cuerpo de otras personas de distintos mundos. De esta manera, podemos
vivenciar otras culturas y su evolución. Me gustaría preguntarte, Sotirios, si
una parte de mi pudiera vivir en tu cuerpo.
—Claro que sí —repliqué con resolución.
Una luz compacta de color oro salió de él y se
adentró en mi cabeza. Al principio, sentí un agudo dolor, pero desapareció
enseguida.
—Bueno, amigos, es hora de devolveros al mismo sitio
de donde os hemos recogido. Espero que hayáis pasado unos gratos momentos con
nosotros. No obstante, os permitiremos formular una última pregunta.
Entonces se hizo un silencio insólito. Nos
contemplamos Fotis y yo, indecisos acerca de quién sería el que expondría la
última pregunta. Al fin, mi amigo tomó la palabra y dijo:
—Soy aficionado a la astronomía y siempre me ha
agradado leer sobre los últimos avances. Lo que desasosiega a nuestros
científicos que se ocupan de esta ciencia es el desconocimiento de la materia
oscura. No sé si pudierais otorgarme algo de información sobre este asunto.
Los extraterrestres guardaron silencio y adoptaron
una expresión pensativa, parecía que intentaban hilvanar el hilo de sus pensamientos.
Finalmente, uno de ellos, que se llamaba Kaluna, dijo:
—Fotis, tú dominas la materia, sin embargo, Sotirios
tiene un completo desconocimiento, así que permítenos decirle algo antes, para
ilustrar un poco a tu amigo. La materia oscura y la energía oscura comparten el
96% del universo. Gracias a la materia oscura, se mantienen unidas las
estrellas y las galaxias. Vuestros científicos saben que existe porque la luz,
cuando atraviesa la materia oscura, se curva del mismo modo que lo hace cuando
pasa a través de un cristal. La materia oscura es una masa invisible que ejerce
una fuerza gravitatoria de atracción y puede afectar a las velocidades de
galaxias enteras en un cúmulo. Claro, se llama materia oscura porque no emite
nada, por eso es imposible verla. Lo que no pueden descifrar vuestros
científicos es su composición. En las próximas décadas, un gran astrofísico lo descubrirá.
Nosotros no tenemos derecho a alterar el futuro de vuestro mundo, por lo tanto,
no podemos desvelar la estructura de la materia oscura a vuestros científicos, porque
todo tiene un proceso. A vosotros sí que os lo podemos desvelar, con la promesa
de que, en ningún caso y bajo ningún concepto, debéis revelarlo a nadie.
Hicimos un gesto de asentimiento los dos. Kaluna retomó
el hilo de la conversación y dijo:
—La composición de la materia oscura es…